lunes, 16 de febrero de 2015

50 Sobras de Grey

¿A quien le va mejor en 50 sombras de Grey? Indudablemente a la autora E.L. James (Erika Leonard James)

Pues ni la mujer que firma un contrato para ser sometida, ni el hombre que necesita someter para sentirse valorado.

Hace un par de años que veo señoras leyendo el libro (no los libros, no sé cómo le vaya a la trilogía), pero incluso quienes no acostumbran leer más allá de revistas rosas y cuentitos ilustrados, las ví tomando el reto de las casi 600 páginas, desde la enfermera de mi Papá que deja el libro junto a las lancetas y jeringas de insulina, hasta clandestinas oficinistas que se pasaban el texto en PDF para leer y aparentar que trabajan. Así como ciertos posts en redes sociales medio encriptados, en el que entre amigas se publicaban estar leyendo, con esmero y dedicación las 50 sombras. De alguna manera llegó el libro a mi hijo a punto de cumplir la mayoría de edad, quien me lo entregó y me dijo que si no lo había yo leído, lo leyera que quería comentar algunas cosas…. Sólo espero cuando lo comentemos que no me salga con aquello de ¿qué dudas tienes?

El libro, antes de la película, es todo un fenómeno, me recuerda grandes éxitos editoriales (y quiero ser muy claro, no obras maestras de la literatura), de esos llamados Best Sellers, es decir, los más vendidos. Y que poco me atraen, pero que como fenómenos bien valen una segunda vista más allá de los forros. Entre casos recientes, sucedió con Harry Potter, que lo tuve que leer para un análisis a partir del pensamiento mágico y de la interacción entre hemisferios izquierdo y derecho en una materia de la Maestría que estaba yo estudiando en aquel tiempo. Me sucedió luego con El Código Da Vinci, que de entrada me vendió el reto de estudiar mensajes ocultos en las obras de arte y el reto de ver la historia de la religión católica con un complemento feminista y menos patriarcal, vino el caso de Crepúsculo y su moda de vampiros , hombres lobo y a pesar de que los cuatro libros estuvieron en casa igual que las películas, porque  fascinaban a mi hijita por un actor que le gustaba, me he resistido a leerlos. Los juegos del hambre, por encargo de mi hijita los leí y porque me contaba que la ponían más triste que la misma película, así que comentábamos algunos pasajes depresivos y comparábamos con la película y la expectativa de las siguientes películas.  En general, estos ejemplos coinciden en que son libros escritos como libretos para Hollywood, por eso Harry Potter parece que tenía un maravilloso casting, los personajes eran exactamente como nos los habíamos imaginado, que en realidad, eran exactamente como nos los habían descrito, así la cicatriz de Harry Potter en la frente, el saco de lana de Robert Langdon en El Código Da Vinci, la palidez de los vampiros de la saga Crepúsculo (inspiradora de 50 sombras) y el vestido de fuego de Katniss en los juegos del hambre…. cumplieron todas las expectativas, pues cocinaron una perfecta receta de cocina.


Si me remonto a mis viejos tiempos, luego de leer, conversar, debatir  un libro como el de Milán Kundera, la insoportable levedad del ser, en mis tiempos de universitario y con emoción ir al Cine Latino de la Zona Rosa a ver la película, el casting no me convencía del todo, Tomas el protagonista era demasiado flaco y Teresa (Juliette Binoche) no mostraba exactamente la inocencia que debería al principio y por su lado Sabina la eterna amante, en la película se mostró más como la artista plástica atormentada que la bomba sensual que el libro nos presentó, el libro dedicaba como un 70% de la historia y el ambiente de la invasión a Praga en 1968 y por su parte la película pasa como un noticiero relámpago, las escenas de los tanques sólo para dar paso a la faceta como fotógrafa de Teresa. En fin, distaba tanto la película del libro, que bien podían apreciarse como dos obras de arte enlazadas pero que no ambicionaban ser un espejo y contar exactamente lo mismo. Recuerdo que leí alguna entrevista a Milán Kundera sobre el estreno de la película y decía que le hubiera gustado que el director por lo menos se hubiera tomado la molestia de conocerlo, de escuchar su opinión sobre la trama (finalmente la película no logra ni ser el resumen de lo leído) y que si algo no le gustaba de las películas de Hollywood era la “orgasmización” del sexo, es decir, que las escenas deberían terminar con gritos exacerbados y un alcance apoteósico del orgasmo.


Regresando a las 50 sombras (aunque también ví la película, lo confieso) refiriéndome al libro, la primera expresión que me produce es un “¡Ay ternurita!”,   me aventé casi 600 páginas de las fantasías ilimitadas de una clasemediera mujer de mediana edad, sentí volver a leer un cuento de cenicienta, con un actualizado príncipe azul, inexistente por definición. Y en voz alta sus más secretas indiscreciones y deseos. Anastasia Acero (Steel), una bella estudiante de literatura, muy leída (eso se valora mucho entre quienes devoran telenovelas y revistas del corazón), luchona que trabaja para pagar sus estudios que, en simbiosis con Kate, su compañera de departamento, puede sobrevivir, trabajando humildemente como ayudante en una ferretería (¿a qué hora leía todo lo que tenía que leer? Quizás por eso era vírgen). Conoce al multimillonario, dueño y líder de una exitosísima empresa (aunque nunca se aclara exactamente a qué se dedica), que tiene unos anormales ojos grises y cabello cobrizo alborotado, para hacer contraste de sus opciones le presenta a su otro prospecto: José un latino que en la película bien podría haber sido representado por Cheech Marin, (alguien que generalmente hace papeles de latino denostado o caricaturizado), donde no se valora que esté estudiando en una universidad de prestigio en Estados Unidos,  créanme que su calidad de estudiante per sé ya lo ubicaría como perseverante, cuyo actividad es una incipiente carrera de fotógrafo aficionado, con ese contraste, hasta el tímido hijo de los Clayton, dueños de la ferretería, parecería un mejor partido. En fin, igual que en Harry Potter donde el niño era el más grande de los magos sin saberlo, resulta que Anastasia posee una belleza que cautiva al príncipe más guapo, adinerado, negociante, pescador, planeador, conductor de helicópteros, prodigioso pianista, rodeado de espectaculares rubias que si les pide ponerse de alfombra, lo harían con todo gusto y profesionalismo. Con su séquito de sirvientes incondicionales de esos que sólo pueden ser personajes de cine, porque no duermen, no comen, no tienen familia, no tienen equipo de fútbol, ni religión, mucho menos vicios y que lo mismo van y compran ropa interior que salen a vender un auto, son guardaespaldas y van un paso adelante del amo, para llevarle el lujoso auto a cualquier parte del campo donde aterrice su planeador…. Pero el cuento de cenicienta se va pareciendo más a la bella y la bestia, donde él vive encerrado en su castillo, por lo menos del viernes en la noche a la mañana del lunes, haciendo bestialidades, permítase llamarle así a despersonalizar una mujer, hacerle firmar un contrato para que se rebaje a lo que él pida, a que sea su esclava sexual y mental, es decir que haga todo bien y de buenas, así la golpeen, la cuelguen la azoten, quemen o asfixien, siempre y cuando no intervengan niños ni animales (según los anexos del contrato). Y de entrada ella queda de acuerdo, previo regalo de unos libros incunables o primeras ediciones que se le ocurre donar a alguna fundación pero en realidad no lo hace, una Macbook y una Blackberry (el origen de la blackberry es esa bola metálica deforme que se ponía a los esclavos atados a un pie, para que pudieran desplazarse mínimamente, pero  sin poder huir), también recibe un automóvil Audi rojo, ascenso a primera clase en sus vuelos, etcétera, o sea la fantasía de la autora incluye no un encerrón tipo nueve semanas y media, sino más un asunto tipo Propuesta indecente, aquella película que nos enseñó que por un millón de dólares la mujer se va sin pensarlo mucho con Robert Redford, aunque se comentaba también en los años 90’s que con Robert Redford se hubieran ido aunque no estuviera el millón de por medio. Finalmente (no me importa contar el final), ella es azotada de forma que no se lo esperaba, el límite de dolor y humillación deja de ser compatible con el incipiente enamoramiento de ella, y el tal Señor Grey se lava las manos diciendo que él había advertido de lo peligroso que era. Ana sale como si al devolver los regalos y en cuanto se le borren los hematomas habrá recuperado su dignidad. Lo bueno de la película es que no reproduce el estilo narrativo verborréico de Anastasia que durante casi 600 páginas presenta su diálogo interno y repite hasta el cansancio detalles de sus amigos imaginarios, todo el tiempo se refiere a su diosa interior, la cual  supongo que la autora esperaba ver en la película como una campanita de Peter Pan, que se pone contenta, que se pone ceñuda (esa palabra si me la encontraba una vez más, hubiera quemado el ejemplar), habla de su subconsciente como otro homúnculo, qué es lo que estaría pensando, qué tan ofendido se sentiría, cómo se escondería debajo del sofá, y cientos de veces repite aquello de poner los ojos en blanco y morderse los labios en un interminable “me dice, le digo, me dice, le digo”. 



Damitas, si algo les puede dejar esta película además de no poner en venta ni bajo contrato su valía humana, es restarle paja a su discurso poder expresar sus ideas y estados emocionales en 100 palabras sustanciosas que de ellas no queden 50 sobras.



lunes, 9 de febrero de 2015

¿A qué edad conociste a tus padres?


Normalmente tengo que repetir dos veces esta pregunta o de plano, ponerme a explicarla con calma. Encierra toda una reflexión generacional, sobre los adultos de ayer y los de hoy. Esta pregunta se la he hecho a personas contemporáneas que tienen una edad ente los 42-47 años, que generalmente ya son padres también, aunque de no serlo, tienen experiencias cercanas como la der ser tíos (“Si Dios no te manda hijos, el diablo te manda sobrinos”, le dijeron a una muy querida amiga).

Vayamos al punto: conocer a tus padres no quiere decir que como naciste y ya estaban ahí, los conoces desde siempre, me refiero a aquel proceso que comúnmente llamado uso de razón, habla de capacidades mejor desarrolladas en el niño, tanto el habla, la memoria y el juicio. Es entonces que uno conoce a sus padres. Y ha coincidido que conocimos a nuestros padres cuando andaban en los treintas, desde 31 0 32 hasta 38-39.  Y los recordamos como aquellos adultos, hechos y derechos que llevaban mucho tiempo en un trabajo, que proveían todo lo necesario para un hogar, que ya no eran unos jovencitos, pues ya fuera simplemente correr o dominar un juguete, nuestras habilidades infantiles eran muy superiores, sin embargo, representaban al mismo tiempo una fortaleza, fuerza, estatura, resistencia y hasta capacidad de mantenerse despiertos hasta tarde que era la envidia de todo infante. Asunto más importante aún, era la sabiduría y la autoridad, así como la congruencia, pues duda que consultáramos, o nos la resolvían o nos ordenaban no andar preguntando precocidades.  (Ví algún post que decía “Le voy a preguntar a mi Mamá por el amor de mi vida, al fin que ella encuentra todo”). 

Cuando se le inquiere a un niño sobre las nociones del tiempo, éste dice que crece cada año, a veces cada mes nota sus cambios, se sabe otra persona al pasar de 4° a 5° de la escuela primaria, pero sobre sus padres, lo único que sabe es que ya no crecen, es decir, el tiempo ya no pasa por ellos, son sempiternos, cuando inició el mundo ya estaban y cuando nos vayamos, ahí estarán, más aún, ya estaban con la cana o arruga que demuestra su edad; y se visten exactamente como se vestían hace muchos años, ser Padre o Madre es concebido como un rol a desempeñar más duradero que las personas. Una vez un niño preguntó “¿Mami, antes de que tu nacieras quién era nuestra Mamá?

Esos padres descritos hoy son abuelos y bisabuelos, en el mejor de los casos o entrañables recuerdos, lo cual los eleva de sabios a santos.

Pero. ¿Y la generación siguiente?, ¿los que ahora somos padres o tíos a nuestros cuarenta y tantos de edad?, resulta que a diferencia, ni somos reconocidos como adultos hechos y derechos, ya no tenemos muchos años en el mismo trabajo, ahora resulta  se valora más la movilidad que la antigüedad en los mismos, ya no es suficiente el ingreso de una sola persona para proveer completo a un hogar, esta generación de padres se sigue creyendo que están jovencitos, y ésta es quizás la mayor diferencia con la generación anterior, pues creemos que seguimos corriendo como cuando jóvenes, que nuestras habilidad siguen intactas, y al contrario de la anterior, esta generación de padres, no representa fortaleza, fuerza, y escasamente congruencia. Aunque cada caso sea diferente, el número de divorcios se ha elevado, consecuentemente el número de parejas y familias reconstituidas, eso no está mal, es un derecho que hoy se ejerce y que antes no era frecuente ni aceptable. El problema es que hay una generación de padres con hijos adolescentes que parece que están en la misma etapa, conquistando, enamorando, haciendo citas, interminables citas, frecuentando hasta los mismos lugares para divertirse y aplaudiendo a las mismas bandas en conciertos. Créanme que los hijos no lo ven como un agradable acoplamiento ni como una disminución de la brecha generacional.

Y a tí ¿a qué edad te conocieron tus hijos?