jueves, 12 de julio de 2018

Nostalgia por el futuro



El futuro ha sido siempre una fantasía, una llevada y traída fantasía que se va acomodando al estado del arte de la época en que se le piensa. Había una época donde al futuro se le visualizaba como una serie de gadgets que nos facilitarían la vida, todos con un diseño redondeado, con antenas y cables, largos cables, cables retráctiles, cables flexibles, el estado del arte aún no aportaba las baterías de larga duración. Era un futuro dominado por la idea del ingenio, de un futuro donde la inteligencia de los seres humanos sería tal que cada quien podría fabricarse o inventarse soluciones a los problemas más complejos, pero también a los más sencillos y cotidianos. Alguna cápsula sobre cómo leeríamos en el futuro, era interesantísima, pues se componía de un proyector de cuerpos opacos que tomaba la imagen de un libro físico, abierto en alguna página y la proyectaba al techo de la habitación, de esta forma el usuario podría estar leyendo desde la comodidad de su cama, solo mirando hacia arriba, activaría un interruptor para avanzar página y otro para retroceder, lo más ingenioso es que el avanzar o retroceder se componían de un brazo mecánico que con una punta de goma semi adherible, arrastraba la página hacia adelante, o su contrario la desplazaba hacia atrás. La fascinación del invento seguramente fue mermada por el calor que los proyectores de cuerpos opacos generaban como para una recámara y el brillo que no necesariamente era graduable, entonces el esfuerzo para la vista era similar a leer bajo la luz directa del sol. No le llamaré antecesor de los e-books porque hubo muchas décadas de diferencia.



Por lo visto en el invento descrito, había una tendencia futurista a la especialización, es decir, era tan específico que dicho invento no servía para leer periódicos, revistas y seguramente tampoco libros de bolsillo. El futuro nos daba para una especialización dirigida a ese nivel.

Indudablemente las fantasías sobre el futuro nos han llevado a grandes descubrimientos y al desarrollo de tecnología avanzada, pero también quedan para la anécdota ingeniosas tecnologías que se quedaron en el camino. Tengo conocimiento de causa por que uno de mis pasatiempos de niño y adolescente era armar y desarmar aparatos y dispositivos, me encantaba el término de aparatos electromécanicos, porque aunque contaban con motores eléctricos, resistencias y foquitos, también tenían ingeniosas maquinarias a base de poleas, tensores, correas, bandas, ligas, más de una vez desarmé juguetes, tocadiscos y reproductores cinta magnetofónica, por ejemplo, me llamaba mucho la atención cómo es que un reproductor de cassettes contaba con único motor que operaba con dos pilas de 1.5 volts y que giraba en una sola dirección, pero a partir de botones de avanzar y regresar como si fueran guarda agujas de ferrocarril, lograban cambiar la dirección en que giraba la cinta. Alguna vez desarmé una muñeca eléctrica de mis hermanas y me encontré con que usaba un disco magnetofónico, o sea un disco negro de aquellos previos a la era de digitalización que reproducía sonidos gracias la fricción de una aguja al pasar por surcos físicos, encontré que podía modificarle la velocidad de reproducción y entonces ya no les gustó la voz grave con que reproducía las limitadas frases que traía grabadas.


Fue en el verano de 1992 durante la Expo Sevilla que me tocó fascinarme con las pantallas de alta definición y decepcionarme con el abuso de la digitalización, no olvido un jardín representado con parte de escenografía real y con pantallas que ocultaban su marco para presentar imágenes de flores con mínimo movimiento queriendo engañar la vista. La digitalización nos hizo cruzar la frontera entre la fantasía de un futuro tangible con un futuro digital, virtual, inexistente.

Y no estoy en contra de las imágenes digitales ni el procesamiento cada vez más rápido de las tecnologías virtuales, sino que el camino se bifurcó y pasamos a la era digital, programable dejando atrás las piezas reales ingeniosamente acomodadas como información analógica.

Es, decir, el encanto por los juguetes y los gadgets se perdió porque en lugar de que al abrir un caballito o perrito de peluche y ver sus mecanismos para emitir ruidos, hechos a partir de la fricción entre una varilla y un diafragma de caucho, se encuentra un microchip que trae grabado el ladrido en alta definición.
A quienes nos tocó la experiencia primera de los videojuegos, pensemos en el ping pong, que eran dos líneas moviéndose de arriba abajo y un robusto pixel que rebotaba en ellas y en las paredes, nos parecían sólo un complemento de la realidad, ver representado en una pantalla un juego que teníamos a la mano con una raqueta verdadera y una pelotita real de alta definición. Tampoco estoy en contra de los avanzados videojuegos de realidad virtual, de realidad aumentada, de universos envolventes y en tres dimensiones, hasta colaborativos gracias a la red mundial. El paradigma de completar la experiencia original ha cambiado crear la experiencia total.

Hoy que veo películas hechas en su totalidad en ambientes digitales, no dejan de sorprenderme, pero tampoco dejo de pensar en las cafés Planet Hollywood, donde conocí la gabardina original de Terminator o el mecanismo metalizado que le daba movimiento a su ojo ya sin piel, o las maqueta de las naves de Star Trek que en efecto son las que eran filmadas y veíamos en la pantalla gigante.



Disfruto la era digital y no regresaría a la visión de futuro que tuvimos hace cinco o cuatro décadas, pero es fascinante cómo la fantasía del futuro nos ha llevado a una maduración, similar al futuro que imagina un niño, al que imagina un adolescente y al que imagina un adulto especializado. La nostalgia es por lo tangible, manipulable, desarmable y modificable que era mi fantasía particular de futuro.