miércoles, 19 de abril de 2017

Teoría de la Evolución: Caza, Carroña y/o Rapiña

El tema de la evolución, desde que fue planteado por Charles Darwin, vino a generar un espectacular cambio en el modo de pensar, de identificarnos como especie, su teoría avanzada y de vanguardia generó choques contra explicaciones a partir de la fe y fue criticada por carecer de suficiente evidencia. Hay que entender que no fue una teoría acabada pero que el tiempo ha ido reforzándola paulatinamente. Sin duda, ha influido en las teorías para explicar el pensamiento, inteligencia, memoria, lenguaje, conducta, todas materia de estudio de la Psicología, pero también de la alimentación, la dietética y nutrición, así lo encuentro cuidadosamente tratado en el libro El Mono Obeso de José Enrique Campillo.




Imagen tomada de: https://www.flickr.com/photos/wallyg/404063706

Especialmente el libro se dedica a explicar a partir de la evidencia de fósiles y las técnicas más recientes que permiten calcular la edad, componentes químicos y orgánicos del hábitat en que se desarrollaron en las diferentes etapas prehistóricas. Por ejemplo, existen alimentos para los que nuestra actual constitución física no está preparada. Y seguramente no le agradará a los fanáticos de la dieta cruda, la dieta estrictamente vegana o la misma dieta paleolítica, que de manera silvestre propone comer los alimentos que se encontraban en el ecosistema de dicha etapa histórica.



En particular, a diferencia de otros mamíferos, nuestro intestino grueso es significativamente menos espacioso como para que la ingesta de dieta estrictamente vegetal y de hierbas pueda pasar suficiente tiempo para fermentarse y permitir que se aprovechen cabalmente los nutrientes, tales como la glucosa que es el combustible único del cerebro. De igual forma, somos el único mamífero que sigue bebiendo leche después de la etapa neonatal, simplemente nuestro organismo ya no la requiere, así que en casos como el mío que la intolerancia a la lactosa me impide ingerirla, es plenamente explicable. No es mi área hablar de la nutrición y dietética, pero el mensaje central del libro es explicar el cómo opera el gen ahorrador que nuestra especie heredó y que le permitió sobrevivir, aunque paradójicamente ahora nos esté matando. Ese gen ahorrador permitió al humano que ya no habitaba el paraíso de la generosa selva y bosque, si pasaba días sin comer, el día que ingería alimento el organismo guardaba reservas en forma de grasa para poder seguir caminando varios días, consumiendo poco a poco las calorías, en orden de grasas, proteínas, músculo y glucosa en ese orden. Esto explica que personas que llevan rutinas de gimnasio y dieta baja en grasas, en una sola cena o comida por alguna celebración, aumenten de peso inesperadamente, pues el organismo así está diseñado para sobrevivir. Ese diseño a diferencia de los cuadrúpedos también encontró su depósito óptimo en la zona del abdomen para los hombres y en las caderas para las mujeres para esas reservas en forma de grasa, no podía ser sobre la espalda a manera de joroba como el búfalo o en las piernas, porque se contraponía con nuestra recién adquirida posición bípeda: cargar con nuestras reservas energéticas en el abdomen o en las caderas, permite que nos podamos seguir moviendo. Esto, sumado a la vida opulenta que nos damos el lujo de llevar, es decir, abundancia de alimentos procesados y sedentarismo por baja exigencia física, forman el conjunto de enfermedades del síndrome metabólico: obesidad, diabetes, hipertensión, dislipemia (colesterol alto) y ateroesclerosis.


Uno de los mitos que se han integrado a nuestro esquema del hombre de las cavernas (por poco científico que este término parezca) es la díada de hombre cazador con mujer recolectora y cuidadora de los infantes. Y resulta que no somos tan cazadores como se nos ha pintado, en primer lugar somos físicamente una especie desfavorecida en cuanto a recursos para ataque cuerpo a cuerpo, es decir, no poseemos grandes colmillos para desgarrar (lo cual por otro lado nos favoreció el uso de las muelas para masticar) ni contamos con garras o fuerza descomunal para someter a otros animales y devorarlos, contamos con un pensamiento más avanzado y manejo instrumental en su lugar. Pero nuestros antepasados recientes tampoco contaban con suficientes herramientas para cazar ni complejos mecanismos para atraparlos, de hecho se ha encontrado que cazar no se nos facilita, actualmente, soldados o civiles que por extravío o alguna otra circunstancia, sin armas ni herramientas, tienen que pasar tiempo en el bosque o la selva, no encuentran fácil la cacería. Los análisis de los huesos de otros mamíferos que han aparecido como alimentos de familias pehistóricas, resulta que muestran fracturas y heridas de colmillos de animales fecroces, previos a formar parte de la comida de los homínidos. Lo que ha reforzado la teoría de que el hombre más que cazador recogía la carne que otros cazadores dejaban, en una conducta más de tipo carroñera. Aquellas expediciones que los machos emprendían para regresar con carne no eran para atacar al gran mamífero, de hacerlo así, el precio podría ser la propia existencia, sino seguir con cuidado a un felino cazador que atacaba una cebra o vaca por ejemplo, esperar a que se alimentara y los restos, una vez que se había retirado, pasar a recogerlos, antes que las hienas o aves de rapiña se los apropiaran, seguramente el ciclo de la vida continuaba para ellos, luego de que el humano dejaba a su vez los restos del animal cazado que no aprovecharía. De esta forma el macho humano regresaba  a donde  la hembra y los menores a llevarles carne, pero en su ausencia, habían sobrevivido gracias a las actividades como recolectora que ella había realizado, alimentando con verduras, frutas y algunos insectos o animales menores a la familia.


Imagen tomada de: https://sitibiterralevis.files.wordpress.com/2010/11/homo-erectus1.jpg


Sin afán de hacer una discusión sobre rol de género, ni el hombre es tan cazador, ni la mujer tan dependiente, al día de hoy, su actividad recolectora y administradora es la que permite continuar con la alimentación cotidiana de las familias.

Y si en el ámbito alimenticio no somos cazadores naturales, en las conductas, tampoco. En diversos ámbitos y niveles nos encontramos con conductas en las que claramente, una persona se alimenta de que otras dejan, pareciera que ese es el nuevo ciclo natural de la vida, desafortunadamente saltándose algunas trancas o rompiendo algunas reglas.  Van algunos ejemplos:

Una señora que trabajaba en oficinas contiguas, vino a mi escritorio a ofrecerme copias de DVD con películas piratas, algunas semanas después la vi por los pasillos y me dijo que ya había dejado de venderlos, porque la gente es odiosa y varios copiaron su idea, me dijo que ya varias personas estaban vendiendo copias que DVD´s que ella les había vendido. Luego de su gesto de molestia, me quedé pensando si ella no estaba haciendo lo mismo, copiando ilegalmente el producto de trabajo de otros…. Nunca se lo pregunté, pero era obvio que no tenía ella ese alcance.

Un ejemplo de cacería, carroña y rapiña, se da cuando un automóvil se deja varios en días en una calle donde no se sabe quién es el dueño, que definitivamente es alguien que pagó por él, de alguna forma lo obtuvo legítimamente como si le hubiera costado cazarlo, pero luego de que es vigilado por un carroñero que con toda la experiencia y estrategia, le roba en unos minutos las llantas, espejos, batería, y demás elementos de alto valor, lo abandona ya incompleto, pero días después encontrará que el mismo ya no tiene asientos, manijas, antena, limpiadores, etcétera, artículos de menor valor que son arrebatados también de forma ilícita.

Imagen tomada de: http://www.eltribuno.info/salta/nota/2016-7-29-9-46-0-se-pasaron-de-vivos-los-pescaron-in-fraganti-desmantelando-un-auto-chocado

Una imagen que me ilustra la carroña, es cruda, pero así la retrata Alejandro Jodorovski en la surrealista película Santa Sangre, (México, 1989): en el circo se muere el elefante y le hacen una corte fúnebre los payasos, enanos, equilibristas, músicos, etcétera, que recorren calles de la Ciudad de México y llevan ese enorme ataúd de madera hasta el desfiladero de una barranca donde se aprecia gente de una ciudad perdida, todos polvosos y mal vestidos, (recordemos que es surrealista la apreciación) y luego de que se desliza el ataúd, éstos personajes saltan barranca abajo y rompiendo la madera, se observa cómo toman trozos de la carne del paquidermo y la pelean entre ellos, como si más que un viaje a las zonas marginadas de esa supuesta ciudad, hubieran realizado un viaje a un par de escalones debajo de la evolución del homo sapiens. Esa imagen (se sugiere compañía de adultos para menores de 18 años) es la que me viene a la mente cada vez que necesito ilustrar el término de carroña.


El sentido común, también conocido como sabiduría popular, tiene ciertas afirmaciones que refuerzan esta idea de tendencias carroñeras: “del árbol caído todos quieren hacer leña”, “en el arca abierta, hasta el justo peca”, aquella máxima de cierto político: “no pido que me den, sino que me pongan donde hay”, uno que alguna vez propuse a mi maestra de primaria para que se analizara: “Monje que vende cera y no tiene cerería, ¿de dónde la sacaría?”, “al nopal sólo se le arriman cuando tiene tunas”, “A río revuelto, ganancia de pescadores”, “cría cuervos y te sacarán los ojos”, “El muerto al pozo y el vivo al gozo”, “Ladrón que roba ladrón, tiene 100 años de perdón”, “Para uno que madruga, hay otro que no se duerme”, en cada uno de estos dichos y refranes, de una u otra forma, se evidencia, que existe tendencia y que es imprudente negarse a ella, para aprovecharse de lo que el otro deja, o descuida. Esa es la idea de que más vale esperar el momento de la carroña que salir a cazar.

Dos ejemplos más que ilustran las tendencias carroñeras son la explotación por las empresas gigantes y el enriquecimiento de los políticos mediante la corrupción, sin que se tomen como generalidades: Aquellas empresas que podrían representar a un cazador, es decir, ya no es una persona sino un colectivo, que desarrolla un producto de gran éxito, tiene a su alrededor, personas que aportan marginalmente alguna colaboración y que se ven beneficiadas en su modo de vida, es decir, la empresa podría ser a nivel mundial, la líder en venta de jugos de frutas embotellados y un porcentaje altísimo de quienes trabajan en ella, jamás han tocado una fruta  para alimentar el proceso, pero como es un círculo, la empresa se beneficia de quienes producen la futa, porque lo que les paga es muy inferior a lo que ese insumo vale, así es como su función no es la de cazar sino esperar a que los demás le permitan recoger. Muchas veces hemos escuchado el término (que no el refrán mexicano, porque estaría ubicado en el párrafo anterior) “salir todas las mañanas tras de la chuleta”, equivalente a decir "me voy a trabajar", al grado que no dice “salir todas las mañanas a derribar al mamut”, sino a ir por la porción de carne que alguien más ya seleccionó y puso en venta. Así se benefician los empleados de la parte que la empresa les entrega y la empresa con el trabajo y los insumos que también explota.

El político que se beneficia de lo que los otros cazan y dejan a su paso, es aquel cuya función debería ser administrar fondos colectivos y los vuelve individuales, pero como requiere complicidades, entonces va repartiendo por el camino porciones de esos recursos para que mediante carroña y rapiña, se  evite reclamos e inconformidades. Ese administrador líder no es el que se juega la existencia en la cacería, sino que espera el reparto de recursos y toma de forma ilegítima otros tantos. Haciendo que se jueguen la existencia, ahora sí, aquellos a los que dichos recursos colectivos resolverían una necesidad apremiante, como salud, seguridad, paz.


El libro que mencioné al principio dice que a base de mutaciones han desaparecido especies como el Homo Ergaster, el Cro-Magnón, el Neanderthal, muy posiblemente eliminados por la especie superior, Homo Erectus y Homo Sapiens Sapiens. Pero lo que es una realidad es que el diseño que ahora poseemos, las características que nos han hecho sobrevivir a glaciaciones, sequías, epidemias y holocaustos, tomó ciclos de entre cuatro y 10 millones de años para perfeccionarse, seguramente el gen ahorrador perderá su popularidad y el cerebro ganará talla, pero no ha sido así desde la edad media, los años sesentas ni lo será en los próximos siglos. Habrá que entender y optimizar nuestras conductas, hábitos, ciclos y cuidados para este diseño que nos ha llevado algunos millones de años perfeccionarlo.