En la escuela primara de Copilco,
donde me tocó ir por las tardes, pero me regresaba solitariamente a casa, casi
a obscuras, a eso de los 8 años. Una señora me toma por el hombro y me dice, tu
mamá dijo que te regreses conmigo, te voy a llevar junto con tus primos.
Mientras la señora reunía a los demás supuestos primos, que incluso le daban su
mochila para que ella las llevara, caminé y me mimeticé entre la multitud de
alumnos que a esa hora inundábamos la calle y gracias a que todos llevábamos el
uniforme, la señora ya no me vio. Hoy día, las circunstancias apuntarían
temerosamente a un intento de secuestro o rapto, pero a mediados de los años
70, esa posibilidad no nos pasaba por la cabeza. Lo más terrorífico era el
“robachicos”, pero la leyenda lo pintaba como un desarrapado, huidizo y hasta encorvado hombre con un costal (donde cabían niños). Así que desde aquellos
años hasta este momento que retomo el recuerdo, no se trató más que de una
confusión, la señora estaba segura que yo era otro niño. Ya en casa le comenté
a mi Mamá y con la tranquilidad de quien le mueve a la olla con atole de
maizena anticipando la cena, me dijo “acuérdate que todos tenemos un doble y
que en el mundo hasta siete puede haber”, esa señora ha de ser de una colonia
vecina y te confundió con tu doble.
¿De dónde saco mi Madre esa
idea?, no lo sé, ella fue educada por monjas, cuando se quedó sin sus papás en
el norteño estado de Sonora, aveces con toda normalidad emitía ese tipo de
teorías y si yo le cuestionaba dónde se originaban, tenía una fabulosa
respuesta, que ningún científico será jamás era capaz de rebatir: son
creencias, hijo, creencias.
Y las creencias no son otra cosa que pensamientos implantados que tienen el valor de la verdad y que proviniendo o no de la fe, son incuestionables y más que eso, son explicativas y hasta condescendientes ante lo complejo.
En la secundaria, muchas veces me dijeron Alejandro, me llamo Jesús, afirmaba yo, sin molestarme. Entonces ¿no tienes un hermano que se llama Alejandro? – yo repasaba mentalmente los nombres de todos mis hermanos y les aseguraba que no. Es que eres igualito a un Alejandro que conocí. El narcicismo y la inmadurez, de la adolescencia me explicaban que fue el pretexto de esa compañera para iniciar una conversación.
Nunca llevé un registro de cuántas veces me ocurrió, pero en el autobús, muchas veces había quien me saludaba de lejos, con la calidez de quien saluda a quien ve a diario. En mi primer trabajo una Secretaría que me triplicaba la edad, se me quedaba viendo y me decía que era idéntico a un novio que tuvo de joven. En el cine del CUC, una vez un sacerdote me preguntó mi apellido y me dijo que era yo muy parecido a un fraile de principios de siglo (del siglo pasado) en España, que lo investigara para que viera el parecido. No había Wikipedia entonces y ahora que hay no me he puesto a buscarlo aún. Una vez que regresaba de la Ciudad de Puebla y la fila de autos y camiones para pagar la caseta de peaje era enorme, tomé la decisión de ir hasta la que estaba cerrada y dije, si todos van a esperar la larga fila, dará igual que espere yo a que llegue un operador y me cobre. Sin embargo, se acercó un policía con un mayor grado al de tránsito, no sé distinguir entre grados militares ni policiales, pero los uniformes y distintivos eran evidentes, entonces levantó la pluma manualmente y me dijo, ya sabíamos que venía, pase usted Licenciado. Y pasé sin pagar, agradecí y le extrañó, como que a quien esperaban ni gracias decía. Por supuesto ya no me detuve a preguntar si me estaban confundiendo ni con quien.
Otro tipo de confusiones menos
agradables me suceden como aquella vez que buscaba yo una película en un macro
video centro, y pasó detrás de mío un jóven y me dá un golpe en la nuca con el
videocasete que traía en la mano y me dice “ya la encontré ya vámonos we…”, me
hubiera dado mucha risa la confusión pero el golpe en la nuca me borró toda
risa y le eché esa mirada de “¿Qué necesidad tienes de ver con un solo ojo el
VHS que llevas?”, -discúlpeme es que es igualito a mi primo, creí que….
Anécdotas por el estilo me han
sucedido en diferentes momentos y en variadas circunstancias, sé que no me
suceden sólo a mí, pero nunca dejo de pensar en la creencia de que todos
tenemos un doble, al fin de cuentas un pensamiento así implantado ya no te lo
quitas jamás.
Pero a ahora con las redes
sociales y con las búsquedas por imágenes que permiten algunos buscadores,
basta un rato de ocio para localizar personas similares al menos en apariencia.
Y ahí estaba google no entre los primeros, sino en los 20 siguientes
resultados, el parecido es impresionante, la mente comienza con confusiones del
tipo “esa foto no recuerdo cuándo me la tomé”, y con los resultados en caché
(es decir almacenados por otros buscadores, no necesariamente porque tengas
acceso a dicha información), dejaba ver que su fecha de nacimiento también era
13 de junio, el año ya no se mostraba. Muchas veces creí que mi fecha de
nacimiento no era del todo común, una compañera y tocaya en la secundaria, una
estudiante que fue mi alumna en la universidad, y al menos dos amistades que me
decía que no se les olvidaba mi fecha de cumpleaños porque era también la de
otro gran amigo o de su tía favorita, y hace menos de un lustro una diseñadora
gráfica que trabajó en mi equipo y que por primera vez hicimos un festejo por
cumpleaños doble en la oficina. Así que puedo seguir contando con los dedos de
una mano a quienes han nacido el mismo día que yo, ni siquiera el mismo año,
sólo el mismo día.
La creencia que mi Mamá implantó
queriendo o sin querer, ha sido utilizada para libros películas, cuentos, y
dentro de las nomenclaturas que se le han dado, la más popular en alemán y le
llaman doppelgänger (el doble andante), la era digital que permite búsquedas y
aporta resultados inesperados, ha creado también la moda de los cazadores de doppelgänger,
al grado de crear servicios que cobran por buscar el tuyo.
Yo ya no quise investigar más a
mi doppelgänger, por muy curioso que parezca, no es banal la experiencia de
encontrarte con tu similar, tener una vista de cómo los demás te ven, ver que
otra persona proyecta lo mismo que tú, es como ver desmoronarse aquello que has
forjado como identidad y unicidad. Afortunadamente revisar la imagen que más
has visto en la vida (la propia) te da una pericia capaz de discriminar los más
insignificantes detalles, por ejemplo, cuando estaba en la secundaria hacíamos
un juego de pegarse un papelito en la frente, yo levantaba las cejas y se
hacían surcos tan pronunciados que el papelito caía, luego aprendí que el
rostro se modela gracias a los gestos que uno hace frecuentemente y desde
entonces he sido más sutil para levantar las cejas, eso no lo hizo mi
doppelgänger, a él se le ven esos surcos, ahora arrugas en la frente. Otra
diferencia, gracias a las cámaras frontales de los teléfonos celulares, esas
que sirven para tomar las selfies, noté que cuando sonrío, no soy tan simétrico
como esperaría, el espejo no me lo dejaba saber, pero al ver las selfies, es
imperdible, la orientación hacia un lado de la sonrisa, cosa que no sucede en
mi doppelgänger y la ubicación de mis lunares, uno debajo del ojo izquierdo y
otro a mitad de la nariz.
Esos no los tiene doppelgänger. Mi unicidad está a
salvo.
Salvo que meses después hice la
misma búsqueda por imagen y aparecen otros seis similares.
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