jueves, 6 de octubre de 2016

Medianía y Ocre

Hay un día en que los señalamientos se terminan, el camino que muchos han recorrido se termina. Las canciones que todos cantan, han dejado de emocionar, un día en que lo novedoso pasó a ser tedioso, la tecnología de punta cambia su apellido a obsoleta, la posición usual para leer u otro placer, aburre. Los libros dejan de ser atractivos para releerse, los postres empalagan y las bebidas favoritas ya no calman la sed.




Hay un día en que las voces de los amigos de siempre ya no alcanzan para reconfortar. Que las miradas sin ser vacías, ya no son ilimitadas. Que los consejos se vuelven tan predecibles, que la cortesía ya no es suficiente para agradecer su vacuidad. El sol ya no activa tus sentidos como cuando lo buscas en invierno, ni el frío logra estremecerte o la llovizna mojar lo suficiente. Hay un día que tu platillo favorito se va poniendo desabrido y que el pasatiempo más divertido se convierte en pérdida de tiempo. 




Los desafíos más retadores, no representan esfuerzo y las cumbres anheladas dejan de ser interesantes. Es el día en que haber escalado, en lugar de hacerte sentir triunfante, te enseñó que hay estrellas y te sientes aún más pequeño que al inicio. Hay un día en que la inmunidad y la asepsia no garantizan la vida. Así como el orden y la disciplina, no aportan valor ni soluciones. Hay un día que si los zapatos no traen polvo y el odómetro sigue en ceros, haber cuidado el valor de reventa ya no es un valor. Hay un día que la burbuja aislante, el paraguas y cubre bocas, guantes y demás protecciones de látex ya no cubren, ya no aíslan, aislarse no ayuda. 



Hay un día en que el puente se mueve casi para caerse, pero lo más seguro no es volver. Puedes lanzarte de la plataforma de clavados y arrepentirte por recibir el golpe, pero si regresas por las escaleras, te arrepentirás de no haber saltado. Hay un día en que la indecisión se enquista y mata.

Hay un día en que volteas a ver tu equipaje y en realidad la etiqueta dice lastre. Hay un día que toda esa zona de calidez y acojinamiento, de ligereza y media luz, medianía y tonos ocre, de productos light y acomodo alfabético de raíces irreales y de lazos endebles, de cosmética y protección ultravioleta, llamada zona de confort, se desvanece, se diluye, se opaca, se muestra tal cual, castillo de cristal en mil pedazos que no te dejó crecer, compartirte, comprometerte, desarrollar talentos y capacidades. Hay un día que te tiras al piso a recoger y tratar de unir los fragmentos o desplegar las alas que ignorabas que tenías.

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