Hay un día en que los
señalamientos se terminan, el camino que muchos han recorrido se termina. Las canciones
que todos cantan, han dejado de emocionar, un día en que lo novedoso pasó a ser
tedioso, la tecnología de punta cambia su apellido a obsoleta, la posición
usual para leer u otro placer, aburre. Los libros dejan de ser atractivos para
releerse, los postres empalagan y las bebidas favoritas ya no calman la sed.
Hay un día en que las voces de
los amigos de siempre ya no alcanzan para reconfortar. Que las miradas sin ser
vacías, ya no son ilimitadas. Que los consejos se vuelven tan predecibles, que
la cortesía ya no es suficiente para agradecer su vacuidad. El sol ya no activa
tus sentidos como cuando lo buscas en invierno, ni el frío logra estremecerte o
la llovizna mojar lo suficiente. Hay un día que tu platillo favorito se va
poniendo desabrido y que el pasatiempo más divertido se convierte en pérdida de
tiempo.
Imagen tomada de http://www.likecool.com/Home/Design/Bubble%20Tree/Bubble-Tree.jpg
Los desafíos más retadores, no representan esfuerzo y las cumbres anheladas
dejan de ser interesantes. Es el día en que haber escalado, en lugar de hacerte
sentir triunfante, te enseñó que hay estrellas y te sientes aún más pequeño que
al inicio. Hay un día en que la inmunidad y la asepsia no garantizan la vida. Así
como el orden y la disciplina, no aportan valor ni soluciones. Hay un día que
si los zapatos no traen polvo y el odómetro sigue en ceros, haber cuidado el valor
de reventa ya no es un valor. Hay un día que la burbuja aislante, el paraguas y
cubre bocas, guantes y demás protecciones de látex ya no cubren, ya no aíslan,
aislarse no ayuda.
Imagen tomada de: http://f.tqn.com/y/nuevaera/1/L/L/5/-/-/mantras-proteccion.jpg
Hay un día en que el puente se mueve casi para caerse, pero lo
más seguro no es volver. Puedes lanzarte de la plataforma de clavados y arrepentirte
por recibir el golpe, pero si regresas por las escaleras, te arrepentirás de no
haber saltado. Hay un día en que la indecisión se enquista y mata.
Hay un día
en que volteas a ver tu equipaje y en realidad la etiqueta dice lastre. Hay un
día que toda esa zona de calidez y acojinamiento, de ligereza y media luz,
medianía y tonos ocre, de productos light y acomodo alfabético de raíces
irreales y de lazos endebles, de cosmética y protección ultravioleta, llamada zona
de confort, se desvanece, se diluye, se opaca, se muestra tal cual, castillo de
cristal en mil pedazos que no te dejó crecer, compartirte, comprometerte, desarrollar
talentos y capacidades. Hay un día que te tiras al piso a recoger y tratar de
unir los fragmentos o desplegar las alas que ignorabas que tenías.
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