En los dos textos anteriores uno sobre
Primeros Auxilios Psicológicos y Autocuidado de rescatistas el otro, se
menciona casi indirectamente el término resiliencia, en particular en las
estrategias para potenciarla, así que vale la pena detenerse en su definición.
Resiliencia es un término de la
física que se refiere a la capacidad que tienen algunos materiales para
mantener su forma luego de sufrir presión. En Psicología se retoma como la
capacidad de recuperarse sin secuelas de un incidente crítico. Se le identifica
como un logro de adaptación positiva, como el afrontamiento de actividades de desarrollo
a pesar de experiencias que son circunstancias de riesgo. Las actividades de
desarrollo o patrón evolutivo son aquellas eventos que pueden ser trauma o
dolorosos pero que son parte de la vida, es decir, cambios o pérdidas que son
parte de la vida.
El ciclo de la vida (retomado por
la Psicología pero esta vez de la Biología, como reproducirse y dar vida a otro
ser), provoca crisis evolutivas, éstas son esperables en las personas, como pasar
la adolescencia, quedarse sólo cuando los hijos se van. Junto a las crisis
evolutivas, se enfrentan también las crisis normativas, aquellas que no son
esperadas como desahucio o desempleo. El riesgo es que las crisis en general
pueden estacar a las personas o potenciar sus capacidades para superarlas.
La resiliencia tiene como pilares
principales la capacidad de establecer relaciones sanas con los demás, los
lazos de apego seguros, la confianza, inteligencia, autoestima y
autorregulación emocional. Sus componentes básicos son calidez afectiva y
apoyo, control y disciplina. Por el contrario, elementos que la perjudican son
el maltrato físico, negligencia y abuso sexual en la infancia o adolescencia.
La etapa adulta facilita la resiliencia debido a la autonomía obtenida por la
persona.
La resiliencia se convierte pues,
en los escudos protectores contra daños y riesgos, transformándolos en factores
de superación.
Existen factores protectores y factores
que inhiben la resiliencia, como ejemplos de factores protectores, se
encuentran en Bebés: horarios para comidas y para dormir, en niños: buen
desempeño social, escolar y capacidad de logro. A nivel familiar, factores
como: tener menos de cuatro hijos, lazo familiares estrechos, existencia de
reglas explícitas, control parental y colaboración en tareas domésticas. En el
nivel contextual: relaciones positivas con amigos, vecinos, profesores y todas
aquellas que aportan soporte emocional. Está demostrado que coadyuvan la
práctica de deporte, dormir bien, llevar una dieta equilibrada y sentirse bien
con uno mismo.
Los factores que inhiben la
resiliencia son: coexistencia de baja autoestima, impulsividad, falta de
capacidad para el logro, actitudes pasivas. A nivel familiar: enfermedades y maltrato
infantil, en el entorno, la desfavorecen los vecindarios marginados y con
violencia, falta de espacios para el esparcimiento, ocio, consumo de alcohol, o
drogas, retraimiento social, rumiación de ideas.
Para fomentar la resiliencia,
primero se debe aceptar que todos podemos serlo, mediante una actitud positiva
al afrontar un problema a partir de la fórmula yo tengo, yo soy, yo puedo.
Yo tengo (por ejemplo apoyos
externos): una familia que me quiere, amigos que me apoyan.
Yo soy (fuerza interior): Tranquilo,
agradable, responsable de mis actos, seguro.
Yo puedo (capacidades
interpersonales y resolución de conflictos): hacer una tarea y terminarla, expresar sentimientos y
pensamientos, generar nuevas ideas, controlar mis impulsos, pedir ayuda cuando
la necesito.
Imagen tomada de https://changingwinds.files.wordpress.com/2016/07/nuture-1.jpg
De esta forma podemos resumir que
la resiliencia es una capacidad que todos podemos desarrollar y promover
mediante hábitos personales, familiares y cuidando entornos sociales, primero
para prevenir la adaptación a las crisis evolutivas y estar preparados para
superar las crisis normativas y eventos estresantes.
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