Una de las leyendas que contaba mi madre, era que
cuando estuvo en el hospital por mi nacimiento, en aquel hospital público y en pleno
boom de la explosión demográfica que marcó a mi generación, en el cuarto que
compartía, estaba una señora que había tenido trabajo de parto al mismo tiempo,
pero que desafortunadamente el producto no llegó a buen término, odiosas
palabras, pero no hay manera de suavizar el término de que su bebé no nació
vivo. Sin embargo, mi madre y esa compañera se estaban recuperando al mismo
tiempo, vecinas de cama de hospital como eran, conversaban y al momento de
recibirme como bebé de parte de la enfermera, aquella señora de al lado le
pidió que por unos momentos le permitiera tenerme en sus brazos, y así fue, la
señora ante su propia pérdida y conmigo en brazos, esbozó algunas palabras como
que todas las bendiciones que corresponderían al hijo que no se logró, pedía
que fueran añadidas a las que yo ya tenía. Nunca más tuvo contacto alguno con esa
mujer, ni yo, pero sea realidad o no, como lo contaba mi Madre, me convenció o
al menos sugestionó de lo doblemente afortunado que podía ser yo en la vida.
Recientemente dentro de una meditación guiada con
el tema también de reencontrar a tu niño interior, la sugestión casi hipnótica
me lleva ante un lago en que como si fuera espejo dejo de ver mi figura de
adulto y miro al niño que fui, le sonrío, lo abrazo, le pido disculpas por sus
entusiastas sueños que el camino fui dejando sin cumplir, pero también por los
que sí logré aunque se hayan ido flexibilizando con el tiempo.
Pero entre las fantasías del adulto, que son
resabios de las del niño y que son de lo más estimulantes para el hemisferio
derecho, están los viajes en el tiempo, que por cierto, los sigo considerando
la deuda que la ciencia formal tiene aún con nosotros desde la ciencia ficción
(http://jesusorduna.blogspot.mx/2014/08/el-futuro-alcanzado-por-el-presente-lo.html ).
Así que, estimulado por la meditación e hipnosis y
sobre estimulado por la fantasía de los viajes en el tiempo, luego de acercarme
al niño delgado de pelo rizado, bien portado, de inquisitiva mirada combinada
con cierta timidez y que no se deja abrazar sin demostrar soterrada
desconfianza. Me pregunto, en caso de que los viajes en el tiempo algún día
sean posibles, ya contaríamos con las evidencias de viajeros que han ido al
pasado, entonces busco situaciones en las que un adulto me hubiera querido dar
ese abrazo no solicitado o el momento en que la presencia de ese adulto del
futuro haya sido necesaria para su niño del pasado, por supuesto que esto
generaría todo tipo de paradojas en el tiempo, pero si algo nos ha enseñado el
avance de la ciencia es que para que funcione debe acompañarse de suficientes
reglas de ética y respeto al humano, al entorno y otros seres vivos. Por tanto,
en caso de viaje de ese adulto para visitar al niño que fue, sólo podría darse
bajo estrictos protocolos de seguridad e inocuidad y especialmente ser
sobradamente más inteligente quien realiza un viaje desde el futuro que su
destinatario del pasado. Dada la imagen que tengo de mí mismo cuando niño: con
pensamiento perceptivo, analítico y sintético, me he puesto a revisar en los
recovecos de la memoria, cuál podría ser el momento propicio para una visita
desde el futuro, que cumpliera con condiciones como: tratarse de una fecha
significativa, ya que eso es lo que facilitaría una cita en el lugar y hora
exactas, una circunstancia de multitud o de absoluta soledad, con esto se
mitiga la presencia de testigos directos y con toda seguridad una circunstancia
con punto de fuga, es decir, una posibilidad amplia para abortar la misión, si
el visitante del futuro se sintiera descubierto y pusiera en riesgo la línea del
tiempo, deberá desandar sus pasos, eliminar toda huella y salir sin ser
percibido. Bajo dichos criterios recuerdo dos situaciones: una de ellas cuando
yo tenía cuatro años, mi hermana mayor me llevó a una clínica de salud pública,
seguramente me tocaba una vacuna, aún no amanecía, por cierto, nunca me ha
gustado estar fuera de mi cama si el sol no se ha hecho presente, ya en la sala
de espera, tuvo que ir al baño y para no dejarme solo, le pidió al hombre que
estaba a mi lado derecho que me cuidara durante unos minutos, lo recuerdo como
alguien cuya apariencia no quisiera yo tener en el futuro, un hombre de barba
blanca, desaliñado y que desde su silla sin tener que levantarse, me abrazó con
su brazo izquierdo sobre mi delgado hombro, un abrazo fugaz, pero que lo
recuerdo tantas décadas después y más recuerdo el olor entre metálico y polvoso
como de cal reseca que tenía en sus manos, frente a nosotros estaba un ventanal
y como aún no había amanecido, por la oscuridad de afuera veía yo su reflejo,
nunca volteé para verlo directamente, nunca hubiera podido hacer su retrato
hablado porque la memoria almacena más emociones que imágenes, la primera es
muy vívida pero la segunda borrosa.
La siguiente vez que recuerdo una sensación
similar, tenía no más de cinco años, porque era mi último año en el kínder, era
común en esa Ciudad de México casi rural de mediados de los años setenta del
siglo pasado, que las maestras organizaran paseos con su grupo de casi 40
niños, así sin mayores medidas de seguridad ni de transporte, muchas veces sin
avisarle a las mamás, porque se trataba de una salida corta a un parque cercano
y los juegos y canciones que se organizaban ahí eran los mismos que dentro del
salón, pero los alumnitos agradecíamos el ambiente ajardinado y la cercanía con
los columpios. La maestra Elvira simplemente organizaba una fila de niños y una
fila de niñas y que entre ellos se tomaran de las manos para que cada uno
cuidara de la otra y viceversa, el regreso era muy sencillo, se tomaban de nuevo
de las manos y así en dos filas, recorríamos las 12 o 15 calles que separaban
nuestro kínder del parque. Esa ocasión, yo me distraje, pues como ya me sabía
todas las canciones y juegos, me separé del grupo, me puse a jugar o explorar
en solitario, al fin de cuentas tenía a la vista a la maestra y a mis demás
compañeros. No supe cómo fue que pasó el tiempo, al regresar la vista no había
compañeros ni la maestra que los conducía, caminé extrañado y como en un
laberinto de árboles y arbustos, con los tenis blancos enlodados y las rodillas
verdosas por el pasto, en un banco del parque, ahí estaba él, me miró a los
ojos y me sonrió, con mucha paz y como si me conociera de algún lugar que yo no
recordaba, me señaló el lado opuesto al que yo me dirigía, vi dar la vuelta a
los compañeritos del final de la fila y corrí, el regaño de la maestra Elvira
era preferible a la sensación de sentirme extraviado, volví la vista y ahí
estaba ese hombre de rostro familiar pero con toda certeza desconocido, no
había quitado su mirada de mí y su sonrisa que expresaba un “¿ya ves? No hay
problema”.
La bondad de la maestra Elvira para uno de sus alumnos consentidos,
casi se trastocaba, pero no fue así, me miró como diciendo “¡me preocupaste!,
pero es un alivio ver que te integres tarde a la fila a tener que explicar a tu
mamá que esta semana fue su hijo el que no regresó del parque”, todo eso me
dijo con un gesto de tres segundos.
No recordaba completa esa mañana que casi me
extravío en el parque, ni el señalamiento del extraño para indicarme la dirección
a la que me debería encaminar. Hasta que hice la meditación guiada “Tu semilla
y tu niño interior” de la Terapeuta Holística Diana Mathes (para conseguir discos
de la meditación, contactar a https://www.facebook.com/frecuenciaangelical444/
y https://www.facebook.com/diana.mathes.9
), esa dinámica hipnótica me llevó a buscar y encontrarme con mi niño interior,
me hizo recordar esa ayuda que tuve de un extraño con que sólo me indicara la dirección
en la que debería ir, que detona la fantasía de los viajes en el tiempo y el
paradójico encuentro contigo mismo. Tampoco podría asegurar que mi ángel de la
guarda tomó forma, para cuidarme, lo único que tengo seguro es que se trató de
esas bendiciones adicionales que me fueron obsequiadas al nacer. Y que me son
más evidentes en ese periodo que da lugar a eventos extraordinarios, entre el
30 de abril y el 10 de mayo, de cada año, exactamente a la mitad de la
primavera.
Lo único que puede superar el placer de leerte es el escucharte narrar una de estas pormenorizadas historias de vida. Amo esa memoria tuya solo equiparable a mi desmemoria. Un abrazo a ti y uno a tu mami, ambos enormes y llenos de cariño!!
ResponderBorrarGracias por el abrazo, otro para ti, tú la conociste y te considero dentro de eso que llamé orfandad extendida.
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