El futuro ha sido siempre una fantasía, una llevada y traída
fantasía que se va acomodando al estado del arte de la época en que se le
piensa. Había una época donde al futuro se le visualizaba como una serie de
gadgets que nos facilitarían la vida, todos con un diseño redondeado, con
antenas y cables, largos cables, cables retráctiles, cables flexibles, el
estado del arte aún no aportaba las baterías de larga duración. Era un futuro
dominado por la idea del ingenio, de un futuro donde la inteligencia de los
seres humanos sería tal que cada quien podría fabricarse o inventarse
soluciones a los problemas más complejos, pero también a los más sencillos y
cotidianos. Alguna cápsula sobre cómo leeríamos en el futuro, era interesantísima,
pues se componía de un proyector de cuerpos opacos que tomaba la imagen de un libro
físico, abierto en alguna página y la proyectaba al techo de la habitación, de
esta forma el usuario podría estar leyendo desde la comodidad de su cama, solo
mirando hacia arriba, activaría un interruptor para avanzar página y otro para
retroceder, lo más ingenioso es que el avanzar o retroceder se componían de un
brazo mecánico que con una punta de goma semi adherible, arrastraba la página
hacia adelante, o su contrario la desplazaba hacia atrás. La fascinación del
invento seguramente fue mermada por el calor que los proyectores de cuerpos
opacos generaban como para una recámara y el brillo que no necesariamente era
graduable, entonces el esfuerzo para la vista era similar a leer bajo la luz
directa del sol. No le llamaré antecesor de los e-books porque hubo muchas
décadas de diferencia.
Por lo visto en el invento descrito, había una tendencia
futurista a la especialización, es decir, era tan específico que dicho invento
no servía para leer periódicos, revistas y seguramente tampoco libros de
bolsillo. El futuro nos daba para una especialización dirigida a ese nivel.
Indudablemente las fantasías sobre el futuro nos han llevado
a grandes descubrimientos y al desarrollo de tecnología avanzada, pero también
quedan para la anécdota ingeniosas tecnologías que se quedaron en el camino. Tengo
conocimiento de causa por que uno de mis pasatiempos de niño y adolescente era
armar y desarmar aparatos y dispositivos, me encantaba el término de aparatos
electromécanicos, porque aunque contaban con motores eléctricos, resistencias y
foquitos, también tenían ingeniosas maquinarias a base de poleas, tensores,
correas, bandas, ligas, más de una vez desarmé juguetes, tocadiscos y reproductores
cinta magnetofónica, por ejemplo, me llamaba mucho la atención cómo es que un
reproductor de cassettes contaba con único motor que operaba con dos pilas de
1.5 volts y que giraba en una sola dirección, pero a partir de botones de
avanzar y regresar como si fueran guarda agujas de ferrocarril, lograban
cambiar la dirección en que giraba la cinta. Alguna vez desarmé una muñeca
eléctrica de mis hermanas y me encontré con que usaba un disco magnetofónico, o
sea un disco negro de aquellos previos a la era de digitalización que
reproducía sonidos gracias la fricción de una aguja al pasar por surcos físicos,
encontré que podía modificarle la velocidad de reproducción y entonces ya no
les gustó la voz grave con que reproducía las limitadas frases que traía
grabadas.
Fue en el verano de 1992 durante la Expo Sevilla que me tocó
fascinarme con las pantallas de alta definición y decepcionarme con el abuso de
la digitalización, no olvido un jardín representado con parte de escenografía
real y con pantallas que ocultaban su marco para presentar imágenes de flores
con mínimo movimiento queriendo engañar la vista. La digitalización nos hizo
cruzar la frontera entre la fantasía de un futuro tangible con un futuro
digital, virtual, inexistente.
Y no estoy en contra de las imágenes digitales ni el
procesamiento cada vez más rápido de las tecnologías virtuales, sino que el
camino se bifurcó y pasamos a la era digital, programable dejando atrás las
piezas reales ingeniosamente acomodadas como información analógica.
Es, decir, el encanto por los juguetes y los gadgets se perdió
porque en lugar de que al abrir un caballito o perrito de peluche y ver sus
mecanismos para emitir ruidos, hechos a partir de la fricción entre una varilla
y un diafragma de caucho, se encuentra un microchip que trae grabado el ladrido
en alta definición.
A quienes nos tocó la experiencia primera de los
videojuegos, pensemos en el ping pong, que eran dos líneas moviéndose de arriba
abajo y un robusto pixel que rebotaba en ellas y en las paredes, nos parecían
sólo un complemento de la realidad, ver representado en una pantalla un juego
que teníamos a la mano con una raqueta verdadera y una pelotita real de alta
definición. Tampoco estoy en contra de los avanzados videojuegos de realidad
virtual, de realidad aumentada, de universos envolventes y en tres dimensiones,
hasta colaborativos gracias a la red mundial. El paradigma de completar la
experiencia original ha cambiado crear la experiencia total.
Hoy que veo películas hechas en su totalidad en ambientes
digitales, no dejan de sorprenderme, pero tampoco dejo de pensar en las cafés
Planet Hollywood, donde conocí la gabardina original de Terminator o el
mecanismo metalizado que le daba movimiento a su ojo ya sin piel, o las maqueta
de las naves de Star Trek que en efecto son las que eran filmadas y veíamos en la
pantalla gigante.
Disfruto la era digital y no regresaría a la visión de
futuro que tuvimos hace cinco o cuatro décadas, pero es fascinante cómo la
fantasía del futuro nos ha llevado a una maduración, similar al futuro que
imagina un niño, al que imagina un adolescente y al que imagina un adulto
especializado. La nostalgia es por lo tangible, manipulable, desarmable y
modificable que era mi fantasía particular de futuro.
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