Hace poco dejé de usar corbata
diario en la oficina, la presión por la impecabilidad en la presentación se ha
relajado, la atención a las mancuernillas de la camisa o a la combinación de
color y brillo de los zapatos, se ha orientado a ser escuchado, a valorar las
propuestas y reconocer resultados.
La presión por el automóvil
lavado, encerado y con las llantas brillantes, se ha redirigido a atención por
la seguridad, a su buen uso, a contar paseos y conversaciones durante el
trayecto, en lugar de solo medir kilometrajes.
Estar al día en los estrenos de
películas, los conciertos, las contiendas deportivas, el espectáculo de moda,
los personajes de quienes todos hablan, el chiste más gracioso, el perfume más
reciente o el gadget más actualizado, se ha cambiado a re-visitar las películas
clásicas, a mirar con calma las propuestas nuevas, retomar viejos libros,
saldar deudas con autores universales (es decir, leer aquellos libros que debí
leer y no me di tiempo o que me conformé con reseñas y solapas).
Dejar de lado el hambre
curricular, aquel criterio de que si no hay constancia o diploma no vale la
pena ir. Dejar de ceñirse a un área de estudio, tomar lo que sirve desde otras
disciplinas o mirar con asombro los conocimientos que se supone vimos en
bachillerato y hasta ahora caemos en cuenta que sí son útiles.
No solamente deja uno de usar
corbata, sino dejar la prisa, dejar de llenar cuantitativamente la agenda, en
su lugar priorizar, mejor un solo compromiso donde está uno al 100% y no varios
de pisa y corre: calidad no cantidad.
Escuchar música no con altavoces
para que los demás se enteren de los gustos personales, sino a un volumen
prudente para disfrutarla mediante una buena selección y calidad de audio. Complementando
la experiencia con caminata o con degustación de un buen vino, con lectura
quizás.
Dejar las ventanas abiertas y
permitir que la vida fluya, que el amor se aparezca sin tener que hacer decenas
de publicaciones en redes sociales, valorar la conversación, la compañía,
compartir esa necesaria combinación de paz, diversión, agitación y calma, nunca
más vivir para apariencias o poses, sino mostrar y comprender la esencia.
Tengo un par de corbatas en el
cajón de mi escritorio, porque cumplir 50 años tampoco es adoctrinarse en anomia
social. Cuando las exigencias del tiempo y estar a la altura de las
circunstancias lo requieran, lo exterior puede volver a ser como antes, nunca
lo interior.
Los frenéticos 20´s, los
saturados 30´s, las crisis de los 40´s, cada etapa hay que vivirla intensamente
de modo que a la edad nada le debas, no te cobre factura, sino tengas saldo a
favor.
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