Podríamos llenar de videos las
redes sociales de ciudadanos cometiendo infracciones, que más allá de ser
faltas a la normatividad, se vuelven ejemplos de incongruencia. Quejarse e
indignarse ante las acciones que cometen los demás, parece que limpia y exime
las acciones propias.
Las acciones de la ciudadanía
parecen un doble collage, donde por un lado, se habla, se propone y se expresa
admiración por acciones con orientación positiva, pero en el día a día se lleva
un collage de acciones opuestas a lo que se dice. Lo que aquí falta se llama
congruencia, es un alto valor, pero no ha sido transmitido a las nuevas
generaciones.
Existen temas de moda y temas
eternos que ejemplifican la incongruencia: hoy existen quienes se desgarran las
vestiduras por promover el desuso de los popotes, pero tiran en la calle la
envoltura de su cajetilla de cigarros y las colillas, que por cierto tardan más
en degradarse que los popotes.
En la Ciudad de México parece
imposible frenar la gentrificación y construir sobre cualquier terreno una
torre de departamentos nuevos, cubrir con concreto cualquier espacio verde y
podar los estorbosos árboles para que cuelguen libremente los cables de luz, y
de fibra óptica.
Hoy todo inmueble desocupado, se
convierte de inmediato en mall o centro comercial, se levantan las voces de los
vecinos para protestar por el aumento de circulación vehicular y escasez de
agua, pero una vez inaugurado se aposentan de él y continúan o adquieren nuevos
hábitos consumistas.
Imagen tomada de https://ep01.epimg.net/internacional/imagenes/2018/06/07/mexico/1528323727_423802_1528324251_noticia_normal.jpg
La ciudadanía se indigna por las
especies que se encuentran en peligro de extinción como la vaquita marina o e l
rinoceronte blanco en África, pero ni se inmutan cuando se quedan sin hábitat
ardillas, cacomixtles, lagartijas, tuzas, teporingos y tlacuaches, últimas
especies en endémicas del valle de México. De no encontrarle parecido a un
pokemón, el ajolote o Axólotl endémico de Xochimilco hubiera desaparecido sin
más agitación.
La Ciudad de México era un
territorio que cruzaban diversos ríos y arroyos, heridas de agua los llama Claudia
Marcucetti, pero se tuvo la genial idea de entubarlos o convertirlos en
barrancas, de una u otra forma, se les trató como drenaje. El crecimiento de la
mancha urbana, es decir, concreto y pavimento, bloqueó la posibilidad de re-alimentar los mantos acuíferos subterráneos y ahora la ciudad se hunde
paulatinamente como una torre de hecha de naipes, con una fragilidad alarmante.
Se hablaba de pulmones de la
ciudad, un parque, un campo de golf, un bosque, mismos que enseguida se
convirtieron en desarrollos inmobiliarios con vista al bosque, con vista al
parque, con vista al campo de golf. Y eso los desarrolladores visibles, porque
por otro lado se han dado las invasiones de pedregales y cerros como plaga,
asentamientos irregulares que con el tiempo ven atendidas sus demandas, de
agua, de energía eléctrica, de pavimentación…. durante mucho tiempo a eso le
estuvimos llamando progreso.
Hoy esas voces que por circular
en bicicleta, que por verbalizar “sin popote están bien”, que promueven azoteas
verdes y que dicen comer vegetales orgánicos y cerveza artesanal. Deberían preguntarse
si son congruentes sus acciones, si las buenas intenciones son suficientes para
resarcir la deuda que sus padres, abuelos y demás ascendentes dejaron. Ya no
basta con reforestar los pocos espacios que quedan, la situación es radical y
habrá que devolver espacios grises que nuevamente se vuelvan verdes.
Ya no
estamos en la situación de colaborar con la ecología, sino de compensar el
daño, es similar a haber tenido una abuela matriarcal, fuerte, poderosa y
generosa, a la que los hijos, los sobrinos, los nietos y los bisnietos que
crecieron exponencialmente ya no son invitados a desayunar con ella los
domingos, sino que ahora en asilo, pide que se acuerden de llevarle una botella de agua y una frazada o por lo menos que no le contaminen la solución
fisiológica intravenosa.
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