lunes, 26 de noviembre de 2018

El Canto de la Autocuración


¡Que las fuerzas sanadoras del sol, la luna y las estrellas y los planetas en su movimiento fluyan a través de mí!, ¡Fluyan a través de mí!

Y como el río cargado con las lluvias retorna el agua a los mares, pueda yo devolver, a quienes no lo tienen, el conocimiento del camino, la profunda comprensión de la unidad de la energía, que baila en todas las formas, desde el más pequeño de los átomos hasta la más grande de las galaxias. ¡Y que por un segundo, pueda ver desplegarse lo infinito dentro de mí! ¡Y así, ser libre!

¡Que el poder de curación del aire que todos respiramos, nos muestre la ley del compartir¡ 

¡La ley del compartir! Con cada respiración armonizamos vida y muerte.

¡Que el poder de curación de la tierra me haga renacer! ¡Me haga renacer! ¡Que pueda utilizar el idéntico valor de cada una de las innumerables formas de la existencia! Así dentro de mí, poner fin a la discordia.

¡Que el poder de curación de la luz, vuelva luminosa mi visión! De manera que pueda unificar la aparente oposición e ir más allá de lo bueno y lo malo y lo bueno para dejar de ver la vida en blanco y negro.

¡Que el poder de curación del agua me permita crecer! ¡Me permita crecer!

¡Que aprenda a dejar de ser y pueda vivir cada momento en ese flujo!

¡Que el poder de curación del fuego abrace el verdadero anhelo de mi corazón! Y me haga profundizar, me lleve más profundo.

¡Que el poder de curación del sonido fluya a través de mi voz y se expanda alrededor de mí!

¡Que afine mi oído en todo lo que escucho! De modo que la mente se vuelva clara y me libere del miedo y del deseo.

En el silencio sin centro, que pueda percibir la gracia curativa de ese brillante y luminoso espacio vacío. Ser la esencia de mi propio espíritu para ir más allá de los conceptos limitados del nacimiento y la muerte y trascender las falsas visiones del tiempo.

¡Que por el poder de curación invocado en este canto podamos, yo y todos los que sufren, ser conscientes de nuestra fortaleza!

¡Y que nuestros corazones puedan conocer la paz que anhelan!.


Reflexión atribuida a John Shane (1978), citada por Gory Peralta Gil en su libro “Sincronía en el camino de Compostela: un viaje hacia el crecimiento interior”. Ediciones Castilibros 2015.