Ese día y esa eterna noche dos preguntas me hicieron varias veces: ¿cómo estás?, ¿ya comiste? Y dos afirmaciones casi con la misma frecuencia “no hay palabras”, “tienes que ser fuerte”.
Las preguntas se traducen en un te quiero y me preocupas,
las dos afirmaciones denotan nuestra evasión y falta de entendimiento ante la
muerte de un ser querido, peor aún, una hija en plena juventud.
Ariadna Celeste nacida en agosto de 2001, dos semanas antes
de la convulsión mundial provocada por la caída de las torres gemelas en Nueva
York, le tocó ese mundo confuso, caduco, urgido de reinventarse, demandante de
fuerza, sensibilidad, de corazones generosos y de ideas innovadoras, ese año
2001, a mi hijita le di de comer, le ayudé con su higiene de recién
nacida, le di masaje en los pies y la veía sonreírme y dormir.
Y su sonrisa atrapó miradas, afectos, expresiones de ternura,
convertida en carisma, en habla y dicción tempranas, en simpatía para expresarse
hablando, bailando o dibujando, expresando un desbordado amor por el mundo, por
la belleza, por las personas, por los animales, las plantas y flores y su incesante
preocupación por el cuidado del planeta.
Su inquietud desde la más tierna infancia por la moda, el
diseño de ropa de sus muñecas y la suya propia, unas tijeras, un listón, una
banda, una aguja e hilo y ella lucía piezas únicas a partir de ropa ordinaria y
globalizada. Algunos perdemos muchos años de nuestra vida buscando vocación o
profesión, Ariadna Celeste no tenía ese tiempo para derrochar, sabía que quería
dedicarse al diseño de moda y ni aún la pintura, arquitectura y danza que le
apasionaban, le hicieron sombra alguna sobre su pasión mayor: el diseño de
modas.
Dicen que las hijas se apegan al Papá, yo no lo sé de
cierto, porque a la relación con mi hijo, nada la opaca, el regalo de ser padre
lo recibí de la vida por partida doble y siempre lo he presumido como tener un
hijo único y una hija única. Las experiencias vividas, los complementos recibidos,
las lecciones aprendidas de ambos son esa riqueza mayor que no está en los
libros, películas ni sabiduría de boca en boca, solo cuando lo vives, lo gozas
y eliges vivirlo, tienes ese privilegio de disfrutarlo siendo parte.
Ari (de cariño para abreviar el doble nombre de Ariadna
Celeste), siempre estuvo cerca de mí, siempre pendiente de mis actividades,
compartiendo mis propios pasatiempos y enseñándome sus juegos, haciéndome
partícipe de sus fantasías, sueños, perspectiva amorosa de la vida, abriéndome puertas,
con ese carisma y extroversión para iniciar conversaciones con desconocidos que
en pocos segundos ya eran sus amistades, seguidores y fans, como un ser de
cuentos de hadas que por donde pasa deja polvos mágicos que sacan del blanco y
negro a los demás personajes para dejar una estela colorida de brillante arco
iris. Una bebé, niña, adolescente, universitaria que tantas lecciones me dejó y
que seguiré aquilatando por los años venideros. Seres con tal carisma y encanto
generan entre tantos afectos también envidias y rechazos, aquellos que no
solamente quisieran brillar como tú, sino que quisieran que no brilles y también
me enseñó cómo lidiar esas batallas, venidas hasta de quienes esperabas el cariño
incondicional. Aprendiendo que nada está escrito, que nada es para siempre y
que existe algo más poderoso que es la fe, el compromiso con uno mismo, el
estar bien con quienes amas y te aman, y a quienes no, desearles aún más amor porque
más lo necesitan.
Ari llenó álbumes de fotos, memorias y discos duros de imágenes
que nos tomábamos prácticamente en cada paseo, cada viaje, cada caminata al
atardecer con su inseparable “Cátsup” su perro salchicha (Dachshund color negro-canela),
cada día era una oportunidad de crear, de innovar, de hacer combinaciones de ropa,
modificaciones, estampados, bordados, entusiastas propuestas creativas, a sus
21 años nunca dejé de verla como la niña de 3-4-5 años que con cualquier
material como tela, papel, plastilina, hojas secas de los árboles, creaba
atuendos para sus muñecas y mascotas de sus muñecas. Su sentido del humor y su risa
explosiva y contagiosa recordada por quienes la conocieron, fueron su sello
personal, más allá de la marca de sus colecciones formales que hizo en la
Universidad. Su apariencia juvenil, casi infantil de la que siempre se ufanaba,
generaba esa mezcla de simpatía y ternura de quienes la conocieron y siguieron
en sus redes.
En septiembre de 2022, escogió uno de sus vestidos que había
previsto desde abril para graduarse como licenciada en diseño de moda, recuerdo
su entusiasmo y agradecimiento por habérselos comprado con tanta anticipación. Uno
puede hacer todos los planes que quiera y seguirlos al pie de la letra, en
armonía con el universo y sin tener agravios con nadie, pero no contamos con
garantías de lo que pasará mañana. Ari vistió el 28 y 29 de septiembre ese atuendo
que ella misma eligió, exactamente cuando se celebra el día del diseñador de
modas y en la fecha de graduación de su universidad. Sus compañeros universitarios
pasaron por la noche a despedirla después de mencionarla en homenaje durante la
cena de graduación. Que por cierto me enteré que era la generación que iba más
adelantada, porque ella anticipó sus exámenes y requisitos para graduarse, esos
años de universidad que aún con una pandemia mundial con pérdidas de empleo,
con altísima deserción escolar, yo pude seguir cubriendo sus colegiaturas y
ella orgullosamente mantuvo su beca de más de 50%. Las adversidades las
sorteamos codo a codo.
Aquella noche cuando me decían que tengo que ser fuerte o
que cómo le hacía para mostrar fortaleza, sólo me restaba decirles que no me
considero tan fuerte, que sobrellevar un dolor así no estoy seguro que se trate
de resiliencia ni fortaleza, sino de aprovechar el día, vivir el momento sin esperar
tanto el futuro, no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy: carpe diem.
El dolor no desaparece, ni disminuye, pero cada día, cada minuto de los días
que estuvo Ari conmigo, los vivimos intensamente, no se quedaron ni risas, ni “te
quiero´s” pendientes, vivimos como padre e hija, como familia disfrutando lo
que la vida nos permitió sin detenernos a pensar ni cuestionarnos cuanto podría
durar.
Siempre con su apariencia juvenil, casi infantil, luego de
la cirugía y la recuperación que no se dio en buen término, tuve nuevamente la
oportunidad de ayudarle a alimentarse, a cepillarse los dientes, darle masaje
en sus pies y recibir ese “gracias” y “eres el mejor Papá que Dios y la vida me
ha dado, Te quiero tanto, tanto”.
El corazón se me ha fisurado solamente para que ella ingrese
de una nueva manera, una vez cicatrizado estará sellado para que su recuerdo y
esencia permanezca ya sin dolor.