martes, 18 de diciembre de 2018

ROMA El espejo


No quise revisar una sola crítica, un solo comentario, reseñas ni cortos, ROMA la película de Alfonso Cuarón, había que verla así, sin prejuicios ni orientaciones, muy acorde a estos tiempos, más vale verla  por streaming, escoger con quien verla, o verla solo y como una buena botella de vino, beberla a tragos lentos, o de un solo golpe, hasta tocar fondo.

ROMA es un espejo, un espejo en blanco y negro, es más es un espejo en el tiempo, donde elijes si la ves reflejándote en el niño soñador y hasta impertinente que sigue en la etapa de preguntarse los “por qué´s” de todo, o hermano de en medio que llora cuando le confirman lo que ya sospechaba (el no regreso de su papá), también te puedes reflejar en la niña a la que le niegan el postre, porque tiende a subir de peso.

El espejo puede ser encantador como para la madrastra de Blanca Nieves, que te dice exactamente lo que quieres escuchar, y como la época está recreada minuciosamente, el espejo nos puede mostrar la música, las calles, los autos que en ese año circulaban, la holgada permisividad para fumar, la inutilidad y falta de obligatoriedad del cinturón de seguridad en los vehículos, la cacería como diversión y la taxidermia como trofeo, la televisión mostrando producciones de bajo presupuesto pero de alto ingenio, la televisión misma como factor de reunión, los espacios de las casas de esas clases medias acomodadas y muchas más características de una Ciudad de México volviéndose cosmopolita y barriendo para echar bajo la alfombra su reciente transición desde lo rural; a punto de tener que manejar la explosión demográfica y ceder los espacios de convivencia familiar a los dispositivos electrónicos y de comunicación impersonal.

Imagen tomada de https://www.huffingtonpost.com.mx/2018/11/16/todas-las-nominaciones-llevan-a-roma-la-de-cuaron_a_23591854/

Un espejo que permite reflejarte desde varias direcciones: el Papá que se queja de un garaje sucio, sin tener idea de cuántas veces se ha lavado en el día, cómo es cuando tienes tu propio código con tu gente cercana, en el caso de la película es el mixteco y refleja esa posibilidad de un mundito dentro de otro mundo, una compleja subcultura dentro de una gran cultura. Espejo donde, aunque sutil, se refleja la abuela como esa figura de borrosa autoridad, con mucho de complicidad y casi fuera de lugar (puede encargarse de llevar los nietos al cine, pero no la invitan a pasear al mar). Refleja esas decisiones en la vida, en las que habiendo estudiado Química, aceptas el trabajo en una editorial. Refleja, para quien quiera mirarse o esquivar la mirada, esas paternidades no deseadas, degradadas a negación y amenazadas hasta su criminal desaparición. Un espejo donde las clases sociales son tan distintas en lo superficial y tan parecidas en lo profundo: ese espejo donde se juzga de una forma a un padre que abandona tres hijos por irse a un supuesto congreso Canadá, y se juzga diferente a quien niega una paternidad y se refugia en una ciudad perdida, actos similares, escenarios diferentes.


ROMA se centra en Cleo (por su apariencia alguien decía, “ha ser por Cleotilde no creo que por Cleopatra”), diminutivo de Cleodegaria. Y tanto refleja la señora “Liboria” a quien dedica Alfonso Cuarón la película o a doña Eustolia, la señora que le ayudaba a mi Mamá, quien, como se ve en la historia no tiene un horario definido, se levanta antes que todos en casa, cuida de la mascota con la que si mucho los demás juegan, pero no bañan jamás, no tiene hora de comida, porque da un bocado y se levanta a atender a “la familia” y se va a dormir después que ya todos se fueron a la cama. Teniendo como premio semanal, su salida de domingo, su “libertad provisional“, así la describe en su aguda observación, el poeta Chiapaneco Jaime Sabines en su Diario Semanario (1961).

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“Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasean en la alameda antigua. La ropa limpia, el baño reciente, peinadas y planchadas, caminan, por entre los niños y los globos, y charlan y hacen amistades, y hasta escuchan la música que en el quiosco de la Alameda de Santa María reúne a los sobrevivientes de la semana.

Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución, o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban.

Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ellas disfrutan su libertad provisional y poseen el mundo, orgullosas de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces.
(¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!)”

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Dramáticamente Cleo salva la vida de los niños imprudentes, cuya imprudente Mamá los deja en el mar a cargo de ella que no sabe nadar. Pero Cleo ya había salvado otras vidas, otras veces a los mismos niños, cuando tiene que cuidarlos de cómo juegan en la azotea de esa casa de tres pisos en la colonia Roma, cuando los salva despertándolos con ternura y cancioncitas, en lugar de un estridente despertador que a todos mata (a todos los sueños) por las mañanas, ella irónicamente ha salvado vidas, pero no la de su bebé. Quien sabiamente, nace sin vida, luego de ver a su padre biológico dedicado a quitarlas. Y esa es la conclusión sarcástica de la historia, no confíes en el psicópata que a tus espaldas, se toma la mitad de la coca cola que dejaste (consejo gratis para las chicas que anden en citas de enamoramiento).

Hay quienes hablan o reseñan la vida de Cleo como ejemplo de integridad, aunque tenga a cuestas la culpabilidad de no haber deseado el nacimiento no conseguido de su bebé. La integridad no solamente es haber hecho lo correcto sin doblegarse, hay otro valor que es estar a la altura de las circunstancias y puede ser más cercano a la resiliencia que a la integridad.

La nostalgia no es por esa Ciudad de México que ya no es, sino por quienes fuimos y seguimos siendo en uno u otro escenario. La oportunidad de pasar de un espejo facial a un salón de espejos, en donde te puedes ver como los demás te ven, donde lo que la película deja en ti, es lo que en realidad dejas en los demás.