lunes, 7 de diciembre de 2020

Versos para pedir posada 2020

                     Versos para pedir posada

Peregrinos (afuera)

Anfitriones (dentro)

En el nombre del cielo

pedimos posada

no puede bien respirar

mi esposa amada

 

No seas inhumano

pareces Gatell

ni tu traes cubreboca

tampoco usas gel

 

Venimos rendidos

del seguro al ISSSTE

ya no hay popular

lo desapareciste

 

Posada le pide

al sector salud

camas y vacunas

no sólo ataúd.

 

Mi esposa es María

no tiene seguro

yo tercera edad

y aún trabajo duro

 

Ya pagué señores

esto no es caridad

usen mis impuestos

con responsabilidad

 

Aquí no es el IMSS

sigan al INSABI

no hay respirador

y camas quien sabe

 

Ya se pueden ir

y no molestar

porque si me enfado

no los voy a vacunar

 

Ya está lleno el ISSSTE

y el seguro heroico

ya puse más camas

busquen por ahí un kiosco

 

Ahora sí es vacuna

lo que quitaría el ansia

bien que andaban fuera

y sin sana distancia.

 

Ella tiene apoyos

Y tú el INAPAM

tomen sus tarjetas

Y pásense a formar

 

Dichosa la casa

que este día alberga

a María y José

de no irse a la _ _ _ _ _*

 

*calle

 

Al abrir los anfitriones, todos cantan:

 

Entren santos peregrinos, peregrinos con solución de agua y alcohol

Que aunque no haya medicinas, medicinas, toca sanitización.

 





jueves, 12 de noviembre de 2020

Nueva normalidad, nueva realidad

La normalidad es algo que se construye día con día, es variable y cambiante, temerle a una nueva normalidad es como tener miedo al siguiente amanecer.

El año 2020 ha significado una cruel sacudida a la humanidad, cuando se dice que la realidad supera a la fantasía, también se puede decir que supera a toda previsión y cálculo de riesgos.

Recuerdo que cuando era niño, entre los libros que había en casa de mis Papás y que consideraba que eran para adultos, había dos que hojeaba frecuentemente sin comprometerme a leerlos completos porque al fin de cuentas, la escuela primaria consideraba que a esa edad uno no debía leer más que unidades de página y media, ilustradas y de preferencia cantadas, en el mejor de los casos aquellos libros de texto gratuito contenían trabalenguas o adivinanzas, con las que no podía yo sorprender a mis hermanas mayores porque años atrás habían llevado esos  mismos textos. De ese par de libros, uno hablaba sobre el origen de las pirámides de Egipto y la única conclusión a la que llegaba era que no se sabía y quizás nunca se sabrá exactamente cómo se originaron ni cómo se construyeron. El segundo libro, trataba sobre los posibles riesgos que corría nuestro planeta, trato de recordar el nombre correcto y el autor, pero no lo consigo y si lo trato de buscar en Internet, aparece el concepto de calentamiento global y de lo que estoy seguro es que ese libro que hojeaba yo en la década de 1970 aun no manejaba como tal la globalización. Con toda la seriedad y autoridad que uno toma a esa edad los libros, era como entrar a la casa de los espantos o de los sustos, cada capítulo me hablaba de que en cualquier momento el planeta podría desaparecer y convertirse en polvo flotando junto a los asteroides, quizás por eso es que miro continuamente al firmamento y tengo fascinación por las estrellas fugaces, ahí está mi cuenta de Instagram sobre atardeceres como muestra. Pero también me dejaba la sensación de fragilidad y de vulnerabilidad, así como la conciencia de que en el momento menos esperado, el planeta Tierra se puede desintegrar como terrón de azúcar.

El planeta puede desaparecer por una guerra, si las potencias mundiales oprimieran el mítico botón rojo, en su afán de destruirse, nos llevarían de rehenes a todos los demás seres vivos, ya ocurrió en Hiroshima y Nagasaki en la segunda guerra mundial y hasta la publicación de ese libro, aún no se podía sembrar vegetación alguna en esos terrenos radiactivos. Seguía muriendo la gente por cáncer y enfermedades asociadas a la bomba nuclear.


Imagen tomada de: L'asteroideToutatis,ilvideodelsuopassaggio-Wired.it


La caída de un meteorito también podía terminar con la vida sobre la tierra, pues el choque de una piedra espacial del tamaño de medio campo de fútbol provocaría una onda sísmica expansiva sumamente destructiva, provocaría incendios de tal magnitud, que el humo oscurecería toda la atmósfera y los seres humanos morirían de diversas causas inmediatamente, pero los sobrevivientes de poco les serviría pues en un ambiente sin luz ni fotosíntesis ya no encontrarían qué comer… o respirar.

Retomando pensamiento Malthusiano, la población podría crecer más que la capacidad del planeta para alimentarla.

Así fuera un evento espacial, natural, social o de guerra, casi todos los riesgos podrían preverse a tiempo y hasta prevenirse o reducirse, inundaciones, incendios, sismos, invasiones de un país a otro, siempre quedaría una salida: ir a las montañas donde no se inunda, construir infraestructura resistente a sismos y tecnología para avisar (no es lo mismo que predecir). Durante muchos años de la niñez, estuve pendiente sobre cómo sobrevivir al impacto de un cometa o meteorito, al menos sabemos que pueden detectarse a tiempo. El caso es que sucediera lo que sucediera, los sobrevivientes, tendríamos la oportunidad de reconstruir, de reorganizar, de aprender de la lección, de abrazarnos y de continuar, con la esperanza y certeza de que todo volvería a ser normal.

¿Normal?

Aquel libro hablaba de volver a la normalidad, no de la normalidad como un riesgo.

Esto es lo que nos ha venido a enseñar el año 2020, el riesgo es la normalidad, los sobrevivientes no solamente tendrán que reconstruir, ir a lugares más seguros, volver a respetar las reservas naturales, evitar conflictos bélicos, poner atención en el control natal y la distribución de la riqueza, tendrán que planear y vivir en una nueva normalidad.

Entre los riesgos del planeta y la raza humana, no se contemplaba que el peligro fuera la “normalidad”, hoy el riesgo es un virus, una mutación de una célula que no podemos ver, que no podemos prenderle fuego o cerrar la ventana para que no ingrese a los hogares, una amenaza natural cuyo vehículo de transmisión es lo más abundante que tenemos: el aire y su contagio se da por el contacto humano, tenemos que evitar abrazarnos, la cercanía, hablarnos de frente, compartir el mismo alimento. Hoy el temor no es que caiga un cuerpo celeste e impacte la tierra (aunque no está descartado), hoy los gobiernos de los países poderosos no se están preguntando cómo invadir a otro (aunque tampoco lo descartan), sino cómo colaborar para investigar y probar una vacuna que neutralice los daños por el virus. Hoy el peligro no está en morirse de hambre (aunque tampoco lo hemos solucionado) sino en morirse por no respirar.

Pero así como saber que si detectamos a tiempo el meteorito y le mandamos un misil, al menos podremos desviarlo de su ruta y evitar que impacte a nuestro planeta, lo que hoy sabemos es que sobreviviremos con una nueva normalidad, en lo personal, mantendremos distancia entre desconocidos, cuidaremos la higiene de manos, evitaremos reuniones masivas, llevaremos una vida más saludable que no nos predisponga a padecimientos que se agravan con éste u otros virus. En lo colectivo, la nueva normalidad nos llevará a replantear valores y prioridades. En la nueva normalidad tendremos que contemplar si las relaciones humanas se mantienen en una superficialidad de saludos de mano, abrazos y besos o se reservan éstos para nuestros más cercanos; re-valoraremos si el futbolista merece percepciones mayores que el médico; si la producción de alimentos seguirá orientada a las sustancias artificiales y adictivas o tendremos un regreso a la nutrición sana; si seguiremos apostando a la tecnología desechable y basureros tecnológicos; si tendremos que seguir en un consumismo rapaz a costa de salud y sin desarrollo sustentable. Y si continuaremos valorando la placentera inmediatez y el hedonismo sin consecuencias.

No falta mucho, mañana o pasado mañana nos despertaremos no solamente en una nueva normalidad, sino en una nueva realidad.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La humanidad es el coronavirus del planeta



El planeta tierra se defiende, llegó al punto de saberse infectada, contaminada y gravemente intoxicada por otro ser vivo a quien hospedó durante mucho tiempo, con quien propició una relación simbiótica transformada después en comensalismo y parasitaria posteriormente. Ese es un ser minúsculo que para el planeta podría parecer unicelular, cuyo tamaño y limitaciones físicas seguramente no lo convertirían en amenaza. Para las dimensiones del planeta Tierra 6.600 trillones de toneladas de peso y sus 6,371 millones de kilómetros de extensión, el diminuto ser que en promedio mide de 1.5 a 2.0 metros y pesa alrededor de 80 kg. Sin posibilidades de volar, de desplazarse por sí mismo ni una vuelta alrededor del planeta, cuyo periodo de gestación es de hasta nueve meses y salvo algunos casos, tiene una o dos crías, parecería inofensivo, pero fue dotado de inteligencia y empezó a pasarse de listo: se las ingenió para volar, para aprovecharse de todos los recursos del planeta, con los renovables no había problema, pero abusó también de los no renovables, perforó, inundó, cambió selvas por plantíos, bosques por madereras, agotó el agua dulce, usó de vertedero universal a los océanos, obscureció el aire, derritió los glaciares, extrajo y quemó tanto combustible fósil como pudo y en aras de su comodidad, modificó la orografía e hidrografía de todo territorio a su paso.

Si en lugar del planeta, el ser humano hubiera sido quien sufriera dichos ataques, con toda seguridad se hubiera sacudido a ese minúsculo bicho, se habría higienizado para limitar su crecimiento, hubiera tomado medidas para prevenir su reaparición. Para entenderlo pensemos en un ser vivo de dimensiones increíblemente diminutas, cuyo peso es menor a 0.000000000000001 gramos y tamaño de 0.00002 mm, indistinguible entre sus similares salvo por su soberbia supuesta realeza, una corona, en realidad porque en la simpleza de su diseño, tiene extensiones del núcleo que son parecidas a la corona solar, esa sutil diferencia lo ha vuelto tan dañino y destructivo como el humano al planeta, guardando la debida distancia. Si bien se sabe, todos los virus se adhieren a una célula y la ponen a su servicio, éste en particular, tiene una ventaja para asirse y ser más difícil de eliminar, especialmente en las células de las vías respiratorias y de los pulmones del ser humano.




Ahora estamos haciendo de todo para librarnos de este bicho, una sacudida no es suficiente porque se aferra, el planeta no ha logado que el humano entienda la lección con movimientos sísmicos; beber mucha agua tampoco ha logrado eliminar al virus, así como las inundaciones y tsunamis dejaron sobrevivientes humanos. Una reacción del organismo humano es elevar su propia temperatura como respuesta a una infección, pero los años de calentamiento global solo han hecho que utilicemos más recursos para generar energía que nos refresque y refrigere nuestros alimentos. En fin, se podría decir que lo que sigue es una medida radical, la eliminación total del patógeno, pero años de estudio de los procesos naturales nos han enseñado también que cada ser vivo tiene alguna función y su total eliminación, podría provocar un desequilibrio mayor, de ahí que la mosca, la lombriz de tierra, el lirio acuático, los roedores, no han sido eliminados en su totalidad por la función que realizan para la agricultura, la polinización o el proceso de descomposición de la materia orgánica para completar ciclos de vida. Si entendemos esto, podemos entender todo: el planeta tierra o la naturaleza (recordar que también se le llama la madre naturaleza), no está tratando de eliminar al ser humano de su faz, sino modificar su comportamiento, como cuando en la playa ponemos un repelente para mosquitos o una malla para que las moscas no contaminen la comida, ni las abejas o avispas aniden en nuestro balcón, no se trata de que ya no existan sino que sus funciones y necesidades las realicen fuera de nuestro alcance, donde no afecten negativamente al organismo del ser humano. La pandemia del coronavirus, hoy denominada COVID-19 es un llamado de atención a parar, hacer un alto en éste frenético ritmo de destrucción del planeta, replantear que así como la economía global se ha servido de la explotación de los procesos y recursos, también puede detenerse por causas naturales. A pocos meses del brote del COVID-19 y en semanas de reducción de actividades “económicas” de la humanidad, se ha reducido la contaminación ambiental, se han aclarado ríos y mares, hay reencuentro o reaparición de ciertos animales en ambientes urbanos que habían sido confinados.


Esta reflexión no tiene tintes malthusianos ni busca faltar al respeto a los cientos o miles de personas que se han infectado por el COVID-19, sino rescatar la lección que se nos está dando: proponer un nuevo orden mundial orientado más que a la sobrevivencia a la convivencia de la humanidad en armonía con los demás seres vivos y el hábitat compartido.

 


 



 

martes, 10 de marzo de 2020

10 de marzo el día que no se terminó la vida en la tierra

10 de marzo de 1982 El día que no se terminó la vida en la tierra.

Hoy me desperté con esa sensación de qué es lo que marca el 10 de marzo que me dice que es una fecha a recordar...... pasado un rato me acordé de mis tiempos de secundaria:  Era el año de 1982, el profesor de geografía (en la Secundaria No. 68 Profr. Gabino A. Palma en San Angel Inn, México)  en segundo grado, nos leyó un artículo del periódico que algún alumno de otro grupo, recortó y se lo llevó a la escuela para conocer su opinión, el maestro nos lo leyó: ´"....el próximo 10 de marzo, la vida se extinguirá del planeta tierra, por una alineación que se dará en todos los planetas del sistema solar, se generarán catástrofes y calamidades por un aumento inusual en la actividad solar, desequilibrios en la atmósfera, vientos huracanados, olas de más de 10 metros, terremotos que harán desaparecer a la Ciudad de los Ángeles y probablemente todo el golfo de California..."

¿Qué hace un seminiño asustado mirando a la gente con toda esta información? preguntarse  qué quisiera estar haciendo en el momento del cataclismo, qué me hubiera gustado hacer y qué cosas he hecho en los que solo desperdicié días de vida... qué querrá estar haciendo la compañera del grupo 23 a la que nunca le pedí que fuéramos novios.... ya no habrá mundial de futbol en España.... qué lástima que supermán y la hormiga atómica no sean de verdad, porque podrían salvarnos, ¿la SEP nos dará libre ese día por ser el último de la humanidad?

Poco tiempo después sucedió la tragedia de San Juanico, (explosiones de gas) y muchos muertos que ni siquiera tuvieron tiempo de despertarse. Un año después los terribles sismos de 1985 y me quedaba tan marcado todo el pensamiento que aquél artículo sobre el 10 de marzo de 1982 me había dejado, que solo me quedaba concluir, que ese día en realidad sí llegaba, pero en diferentes momentos para diferentes personas.

(el texto que confirma la anécdota lo encontré como un borrador para un artículo científico de la Sociedad Venezolana de Aficionados a la Astronomía: http://www.sovafa.com/files/INVESTIGACION_CONJUNCION_PLANETARIA_2.pdf