En alguna clase con un profesor
que sabía de Programación Neurolingüística, luego de una sesión sabatina de
mucha información y conceptos, nos hizo una dinámica de relajación y luego de
un resumen pidió que oprimiéramos nuestro dedo pulgar izquierdo y aprovechando
el estado sugestionable, decretó que en esa parte de nuestro cuerpo se quedaba
fijada toda la información recibida ese día, su intención en aquellos primeros
años del siglo (XXI) era que si precisábamos de la información de ese día,
oprimiéramos nuevamente el pulgar y se nos haría presente con toda claridad.
Yo siempre tuve mis dudas con las
técnicas de Programación Neurolingüística y se me prestaba más para la sorna
que como método nemotécnico. Aun ahora, cuando oprimo el pulgar izquierdo,
recuerdo esa sesión y hasta el olor del incienso que había puesto en salón,
pero no recuerdo el contenido de su clase, mi memoria es muy rebelde como para
disciplinarse o reducirse a un único foco dirigido por la autoridad. Espero de
corazón que haya memorias más disciplinadas a las que esos métodos les hayan
funcionado.
Sin embargo, la memoria que es
multisensorial, multimedia y multitasking trae recuerdos como unidades
limitadas de información o escenas completas a partir de claves como esa: oprimirse
un dedo pulgar.
Y si nuestro cuerpo fuera un
conjunto de llaves para acceder a información algunas veces oculta y otras
veces a flor de piel, tengo varias huellas y algunas cicatrices que me llevan a
esos depósitos de memoria, algunos constan de un número o letra y algunos de
historias dignas de Murakami.
Mi antebrazo derecho tiene una cicatriz
por una caída en motocicleta, pero mi antebrazo izquierdo tiene toda una
historia de quien se apoyó un tiempo en él. Eran los años 80´s (me encanta
empezar así las historias, porque con eso logro un túnel hacia una década de
camisas holgadas, pantalones ajustados, peinados esponjados, colores fluorescentes, música, fiesta,
estudios, adolescencia y entorno de incipiente tecnología, videojuegos con
pixeles de un centímetro, walkman para cassettes para no más de 10 canciones si es
que la cinta no se enredaba antes, prácticamente sin teléfonos celulares y con
una comunicación cara a cara, con chismógrafos encuadernados físicamente y con
chats mediante papelitos que cruzaban de pupitre en pupitre hasta dar con el
destinatario o destinataria, en algunos ambientes escolares hasta periódico
mural improvisado con mensajes casi encriptados, no era sólo la adolescencia de
mi generación sino la adolescencia de la era tecnológica digital también). En esos
años 80’s, las amistades, al menos en mi caso se agrupaban por marcos o
espacios de referencia: los amigos de la cuadra, los amigos del barrio, los
amigos de la escuela, los amigos cercanos dentro de mi grupo de la escuela, los
amigos del trabajo, los amigos dentro de la familia, los amigos de las canchas
y hasta los amigos de la iglesia. Los marcos de referencia eran como mundos
paralelos, eran las redes sociales sin tecnología digital, uno podía tener atributos
diferentes dentro de los diferentes grupos y casi identidades aparte. Dichos
mundos pocas veces se acercaban, más que juntarse podrían colisionarse. Así que
como en diferentes escenarios, uno podía desempeñar diferentes roles, inclusive
en cuanto a liderazgos, estos eran graduales, en alguno de esos munditos uno
era líder, en otro era parte del grupo líder y en muchos otros era un seguidor
de perfil bajo.
Del grupo de la iglesia, un día
la amiga de una recién ingresada, llegó a tomar nuestra hora de reflexión y
como todos, a la expectativa más del alboroto e invitación a fiestas con que
alguien siempre remataba la tarde noche del sábado que de la propia reflexión. Mención
aparte tenían los integrantes del coro, ya que además de la reunión les tocaba
seguir ensayando, no siempre iban a las fiestas con nosotros. En fin, esta
nueva compañera cuyo nombre puede ser cambiado y llamaremos Idalia, cuya
contracción de su nombre poca gracia le hacía (Ida), mientras caminábamos rumbo a la
fiesta de XV años que alguien, cualquiera del grupo, nos había dicho que su familia nos esperaba, se
tomó de mi antebrazo izquierdo, previa petición de permiso y como a esos 16 o
17 años quien te veía así empezaba con las cantaletas de “son novios, se gustan,
qué juntitos, etcétera”, nos empezaron a ubicar juntos, decían vamos a la
fiesta ¿Jesús e Idalia quieren ir?, hay lugar para tal y tal y para Jesús e
Idalia, mañana vamos a ir al cine de plaza universidad a ver Karate Kid II, ¿quieren ir Jesús e Idalia? Y
así fuimos todo un verano y parte del otoño ubicados, Ida me platicaba todo el
tiempo de su escuela, preguntaba sobre la mía, hablábamos de nuestros ideales,
de nuestros cantantes favoritos, de nuestros sueños, de los libros que todavía
no leíamos, de los amigos que ella tenía y que nunca conocería porque aquel
marco de referencia no coincidía con este de los sábados y luego hablábamos de
nuestras obsesiones, de nuestros temores, especialmente recuerdo su fobia a permanecer
debajo de un árbol, porque en los árboles podía haber orugas y una vez dijo que
le cayó una el cuello y que había sido la peor sensación, así que no volvía a
arriesgarse… y seguía asida a mi antebrazo izquierdo, eso era muy útil cuando
llovía porque con mi brazo derecho yo podía llevar el paraguas y cubrirnos
suficientemente en aquellas largas caminatas por la colonia y colonias vecinas.
Su estatura, poco más baja que la mía, era la ideal para que se tomara de mi
brazo con toda comodidad. La recuerdo más en las caminatas, no tengo recuerdo
de las fiestas o de estar comiendo ni tomando café o helado, sino caminando.
Muchas veces sucedía (por eso
empecé diciendo “eran los años 80’s) que si el teléfono de la familia de uno u
otro amigo se descomponía, su número cambiaba o sus familias cambiaban de
domicilio perdías irremediablemente la única pista o liga hacia esa persona y
aunque las generaciones posteriores les cueste trabajo creerlo, a veces perdías
todo contacto por años.
Cierto día, como llevaba un par
de semanas que no podía hablar con ella por teléfono, tomé mi bicicleta y fui a
donde Ida vivía, solamente para que me dijeran que su familia recientemente se
había mudado. Sin el domicilio ni teléfono, había perdido todo contacto, en el
grupo de la iglesia sólo me decían que la conexión con ella era yo,
prácticamente sólo conmigo platicaba en esas largas caminatas, nos miraban
siempre ensimismados. Así que nos dejamos de ver, no sin anhelar un reencuentro
al menos de mi parte.
Meses después una tarde de
domingo que regresaba yo del cine, al mirar el reloj, recordé que a esa hora es
a la que ella acostumbraba ir y como, además, empezaba a llover de camino del metro a la
casa, a mitad me quedaba la iglesia, aquella donde nos habíamos conocido, me
dirigí para allá y recuerdo que me senté en las bancas de atrás, casi a un paso
de la puerta. La celebración apenas comenzaba y se escuchó la lluvia arreciar. En
ese momento la vi llegar, tomada del antebrazo de un muchacho de nuestra edad,
quien se entretuvo en sacudir y cerrar el paraguas, mientras ella con cierta
prisa se dirigió a un asiento más delante del que yo estaba. Me aseguré que no
me viera y me salí. Vi entonces que el muchacho que había cerrado y dejado el
paraguas en un rincón, se sentaba junto a ella. En mi mente se rebobinaron los
recuerdos de ella asida a mi antebrazo, las largas caminatas, las fiestas,
las reuniones de reflexión y las fantasías anticipadas de la pareja que seríamos
más adelante. Mi razonamiento fue que aquella línea del tiempo había sido
superpuesta por otra paralela donde en efecto se dio el noviazgo con el mismo
escenario y personajes secundarios, pero ya no con el protagonista original. A
esa edad uno tiene sus sospechas de lo que puede ser bueno, lo que no, el deber
ser, el poder ser y uno adjudica al destino los giros en la vida de las
personas. Así que habiéndome cuestionado más de una vez si debí hablarle, si
debí saludar a su acompañante, si dejé perder la oportunidad de volver a tener
comunicación con ella, me conformé con la explicación de que si eran novios, yo
en su lugar me hubiera molestado que se presentara una persona del pasado. No
volvimos a vernos.
Pero igual que en mi escrito
inmediato anterior, las redes sociales de la era cibernética, nos hicieron
contestar alguna solicitud de contacto y ahora sí con fotos, he podido verla en
los tiempos actuales con su marido, sus hijos, en su casa, en sus fiestas y
reuniones, en sus vacaciones, apagando las velas de algún cumpleaños y todas
esas vivencias que uno sube a nuestro nuevo portafolios digital que ya no
llevamos a todos lados, sino que está en el ciberespacio y lo único que
suponemos que podemos hacer es controlar a quien le damos acceso.
En fin, ya habiendo conocido la
línea de tiempo alterno que ella ha vivido sin mí como protagonista, luego de
un rato de charla, surgió la pregunta sobre la encrucijada del tiempo, me dijo
¿por qué no me volviste a buscar? Yo le dije que claro que la busqué, cuando ya
tu teléfono no respondía, tomé mi bicicleta y …. ella interrumpió, ¿por qué no
me hablaste esa vez en la iglesia?, lo bueno de los chats sin video, es que uno
puede titubear pero no se nota el sonrojo, mi pregunta fue ¿¡¡me viste!!?, yo
te vi llegar con un muchacho como de mi edad, del que ibas tomada del brazo…. –Ella
dijo, era mi amigo, me acompañaba a la iglesia los domingos por la tarde, porque
a mis hermanos no les gustaba ir y te vi salir…. fui detrás de ti hasta donde
la lluvia me lo permitió, pero bajaste muy rápido las escaleras. Fue la última
vez que te vi. Mi amigo, tiempo después
me pidió que fuéramos novios, con el tiempo nos casamos y ya ves mis dos hijas
ya van en la universidad.
Quise preguntarle si le seguía
gustando cierta música, si había visto ciertas películas que se estrenaron
luego de que dejamos de vernos, cómo fue su boda, si sus hijas tienen buenas
calificaciones, pero de ahí hasta que las redes sociales me avisaron de su
cumpleaños y le escribí un saludo y le mandé abrazos, dejé de explorar esa
línea del tiempo de la cual, solo me queda el detonador de recuerdos asido a mi
antebrazo izquierdo.
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