Ella tenía mucha luz, era un ser luminoso, en el primer
semestre en clase de lógica simbólica y semántica, respondí correctamente los
silogismos hipotéticos, dándome a conocer ante el nuevo grupo como quien, una
de dos: o estaba recursando una materia ya vista o había estudiado las lecturas
antes de que el profesor lo indicara. En realidad, había tomado unos cursos de
programación en lenguaje de computadora y se me facilitaban los razonamientos
si… entonces…. (if …. Then). Esa participación en clase, hizo que ella se
acercara a mí, -Oye, no entendí absolutamente nada, ¿podrías ayudarme con los
ejercicios que vimos hoy?. No tenía yo nada mejor que hacer, es decir, ir al
gimnasio al estadio de los Pumas, la única hora antes de tener que irme a
trabajar, no era algo mejor. Fuimos a la biblioteca, que para quienes la
conocieron a finales de los años ochentas, era ruidosa, muchas mesas para
trabajo en equipo y algunos cubículos de silencio, para quienes no podían
trabajar con ruido, así era la biblioteca de la Facultad de Psicología, le
expliqué todo lo que sabía de silogismos, o sea de esa primera clase de
silogismos y el resto de la hora estuvimos hablando de nosotros, de dónde
habíamos estudiado el bachillerato, de su expectativa en Psicología social, de
su admiración por algunas ideas neo hippies, de su atuendo con algún chaleco con
bordados oaxaqueños, un arete con forma de atrapa sueños, sus quejas sobre la
comida industrializada, su preferencia por el aroma patchouli y sus pulseras tejidas
de hilos con grecas autóctonas.
Me contaba que la mayor parte de su vida la
pasó en el norte de la Ciudad y que poco conocía Ciudad Universitaria, yo que
la conocía desde niño y tenía anécdotas de futbolito en las islas y haberme
mojado con las válvulas de riego y los espejos de agua de la biblioteca
central, le ofrecí ser su guía.
Pasaron los días y caminábamos a alguna de las explanadas de
otra facultad, los edificios con murales, los trámites que tenía que realizar
en rectoría, lo ridículo de los costos de inscripción y reposición de
credencial, su enojo ante razonamientos como –cuesta más el recibito amarillo
que lo que se paga de cuotas, mejor que quiten la papelería de cobros. Yo le
explicaba las andanzas que habíamos tenido que pasar en la huelga de 1986 para
evitar que las cuotas volvieran inaccesible nuestra máxima casa de estudios y
las discusiones nos llevaban siempre algunas horas de largas caminatas, muy en
el fondo no me importaba si tenía razón o si sus argumentos tenían mayor
fundamento, los míos tenían más lógica y eso bastaba para mirarla obtener un
triunfo y luego una derrota de ideas. Me gustaba, me gustaba que compartiéramos
el tiempo, que frecuentemente voltearan a verla y un poco a mí por ser quien
acompañaba a esa bella estudiante, de abuelos de origen europeo y que lucía sus
llamativos toques hippies en su atuendo, a ella le gustaba que le mostrara yo
los caminos que bien conocía de toda la Ciudad Universitaria y que para la
tarde regresáramos a la Facultad, yo porque tenía que irme a trabajar y ella
porque esperaba a su novio que terminaba de tomar clases en la vecina Facultad
de Filosofía.
Al otro día si las clases terminaban temprano, el plan era
ir a conocer el espacio escultórico, en un camino más largo, pero un destino
más presumible. Era una gratificante amistad, de esas en que a uno le gusta
ella, pero conociendo que tiene novio, está vedado cualquier otro rumbo.
Un día, ella terminó con su novio, la vi sufrir un poco,
pero al poco tiempo regresaron y se reinstaló en su equilibrada vida de libros,
tareas, novio, amigos. Dos semestres después nos habíamos distanciado un poco
porque la carrera exigía que complementáramos las clases con prácticas de laboratorio
y no coincidimos en ninguno. Uno o dos semestres más adelante, por alguna tarea
en equipo estuve por la tarde en la facultad (yo trabajaba por las tardes así
que prácticamente nunca estaba yo por ahí en esos horarios) y me la encontré,
pensé que iba a comprarse su cigarro suelto en el puesto de los dulces y la
alcancé, ya no tenía el brillo y la luz en su rostro, un poco demacrada y con
mucha prisa, en pocas palabras, me dijo que estaba retomando la carrera, que se
ausentó un año por que se embarazó y que el Papá de su hijo, aquél que
estudiaba en Filosofía, la dejó sola, el año anterior dio a luz a su bebé y ahora
estaba recursando las materias a las que ya no pudo asistir, dijo –“compermiso”
y la ví cruzar a toda velocidad la explanada para retirarse, con toda seguridad
tenía que ir a atender a su bebé. Mientras la miré retirarse, ya sin el halo luminoso
y las miradas que la perseguían un par
de años atrás. Me resonaban sus breves palabras “el año pasado dio a luz a su
bebé”, en realidad no dio a luz, sino como estafeta, transmitió su luz al bebé.
En esa edad un embarazo no multiplica la luz, sino que la consume.
Imagen tomada del Álbum "Islas y Nubes" de https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10151133938165762.465371.743800761&type=1&l=d9b72bb006
Gracias a las redes sociales, supe de ella 25 años después, me
enteré que sí terminó la licenciatura y se desarrollaba a nivel gerencial en
una transnacional, su hijo ya estaba graduándose con honores y ella mostraba de
nuevo esa luz recuperada, ganada con un mayor esfuerzo y sintiéndose doblemente realizada,
su inagotable luz sólo se había opacado para resurgir con mayor intensidad.
Imagen tomada del Álbum "Islas y Nubes" de https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10151133938165762.465371.743800761&type=1&l=d9b72bb006
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