“No has de
confiar en la piedra con la que te puedas topar, apártala del camino por los
que vienen detrás”
Alberto Cortés
Cantautor Argentino
Cantautor Argentino
“Conócete a ti mismo” reza una de
las más sabias y antiguas invitaciones a la introspección y a la integración de
tu persona con el mundo, se le atribuye al Oráculo de Delfos. Sentencia que
también se le ha adjudicado a Sócrates, Heráclito o Platón. Es un aforismo que en
su simpleza, nos ha impulsado a evolucionar durante algunos cientos de años.
El ser humano, entre todos sus
defectos, es el único mamífero que se ha comprobado tiene conciencia de sí
mismo, algunos primates y caninos parece que se reconocen frente a un espejo,
pero aun no se puede aceptar como hecho científico. Permítame el lector llamar
a este atributo un defecto, porque solamente ha traído complicaciones a nuestra
historia, en lugar de ser el humano, un ente ligero, que se deja fluir que no
cuestiona sus impulsos como algunos seguidores del “new age” lo propusieron en
un tiempo. Somos ese pariente incómodo, preguntón, cuestionador, insatisfecho,
incompleto, inquieto y finito, peor aún, consciente de sus limitaciones,
especialmente la limitación temporal. El ser evolucionado es aquel que
partiendo de este conocimiento de su limitación, inicia obras que no verá
terminadas.
Esa es la principal razón que nos
ha permitido evolucionar y te invito a hacer el siguiente ejercicio: imagina
las personas que participaron para que fuera posible lo que estabas haciendo
antes de leer este texto. Va un sencillo ejemplo: esos cinco o siete minutos
que tardas en comer un platillo que contiene verduras, tiene detrás una
cantidad de personas que sembraron, la semilla, cultivaron, transportaron al
mayoreo, la mantuvieron en refrigeración o congelación, se empacó para que la
consiguieras después al menudeo, para que llegara a tu cocina y fuera
elaborada, usando gas que una compañía provee, en recipientes diseñados y
probados para soportar el calor y no cambiar el sabor; podríamos ir más atrás,
las personas que vendieron la semilla, antes quienes la colectaron y aún más
atrás, quienes a base de prueba y error descubrieron la mejor forma de
cultivar, así como quienes estudiaron científicamente los procesos para
replicar y estandarizar todo el proceso, junto con los encargados de recopilar,
organizar, y difundir ese nuevo conocimiento… y en caso de buscar aún más
atrás, aquellos que inventaron la escritura e impresión para que el
conocimiento no se perdiera entre generaciones.
Este es un ejemplo sencillo, en lo personal me puse a pensar lo mismo una vez que me hicieron un estudio de tomografía, que en pocas palabras es la obtención de una radiografía tridimensional dentro de un túnel de rayos X, mediante un líquido revelador que hacen pasar unos milisegundos por tu torrente sanguíneo. Me puse a pensarlo porque una vez que te recuestas en la camilla del túnel, hasta la enfermera sale de la habitación y todo lo demás es automático, incluyendo la inyección del líquido en tu vena. Quise agradecer por ese estudio, pero el número de personas era interminable, no sólo la amable enfermera, el técnico, el médico que lo ordenó, la Institución que cuenta con ese equipamiento, la compañía que provee la energía eléctrica, la que desarrolló el tomógrafo y la historia tecnológica que contiene: el descubrimiento de los rayos X, su manejo, los materiales que permiten su paso y los que no, los circuitos computarizados que transforman esa impresión en un archivo que llegará a la pantalla del médico para asegurar un diagnóstico, así sin extenderse más, aunque me lo hubiera propuesto no podría agradecer a todos los que lo hicieron posible, porque gran parte de ellos, vivieron en otro siglo. Quizás lo que sí debería agradecer es que tuvieron la visión de aportar su conocimiento, técnica o descubrimiento para el uso de alguien más, que probablemente aún no había nacido, a eso llamamos investigación básica, quienes logran implementarlo, hacen investigación aplicada.
Este es un ejemplo sencillo, en lo personal me puse a pensar lo mismo una vez que me hicieron un estudio de tomografía, que en pocas palabras es la obtención de una radiografía tridimensional dentro de un túnel de rayos X, mediante un líquido revelador que hacen pasar unos milisegundos por tu torrente sanguíneo. Me puse a pensarlo porque una vez que te recuestas en la camilla del túnel, hasta la enfermera sale de la habitación y todo lo demás es automático, incluyendo la inyección del líquido en tu vena. Quise agradecer por ese estudio, pero el número de personas era interminable, no sólo la amable enfermera, el técnico, el médico que lo ordenó, la Institución que cuenta con ese equipamiento, la compañía que provee la energía eléctrica, la que desarrolló el tomógrafo y la historia tecnológica que contiene: el descubrimiento de los rayos X, su manejo, los materiales que permiten su paso y los que no, los circuitos computarizados que transforman esa impresión en un archivo que llegará a la pantalla del médico para asegurar un diagnóstico, así sin extenderse más, aunque me lo hubiera propuesto no podría agradecer a todos los que lo hicieron posible, porque gran parte de ellos, vivieron en otro siglo. Quizás lo que sí debería agradecer es que tuvieron la visión de aportar su conocimiento, técnica o descubrimiento para el uso de alguien más, que probablemente aún no había nacido, a eso llamamos investigación básica, quienes logran implementarlo, hacen investigación aplicada.
Esas grandes o pequeñas obras que
vienen de una mente genial la mayor parte de las veces, llegan hasta nuestros
días, gracias a eso que nos diferencia de otros seres vivos, la conciencia de
sí mismos y el entendimiento de nuestras limitaciones, que paradójicamente se
vuelven el vehículo para nuestra atemporalidad o trascendencia, hoy escuchamos
con los ojos a los muertos (permítaseme aquí la inevitable paráfrasis al verso
de Francisco de Quevedo y Villegas:
“Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.”
Porque aquellos que han dejado una huella, que han tenido la visión de trascender, de trabajar sin la necesidad del aplauso o la gloria inmediata, se han subido a ese tren de la historia, para ser los gigantes sobre los que nos podemos parar para llegar más alto y mirar más lejos. Retomando la famosa frase de Sir Isaac Newton:
“Si he logrado ver más lejos ha sido porque he
subido a hombros de gigantes”.
Y
¿qué es exactamente eso que hace que unos puedan generosamente brindar sus conocimientos,
sin recibir las palmas o guirnaldas?
Yo
lo visualizo como una combinación entre conocimiento, madurez y sabiduría,
cruzar esa etapa egoísta donde son indispensables el reconocimiento y
retribución, entender que la aportación de uno es apenas un eslabón de una gran
cadena, de un universo de cadenas que nos han llevado hasta el estado del arte
en que nos encontramos como humanos, reconocer esa capacidad generativa es el
estado de la potencia (aquello que está en calidad de posible y no en acto).
Potenciarte
es la invitación, la sugerencia y si me lo permites respetable lector: la
arenga. Esta forma rebuscada y casi imposible de agradecer o reconocer las
aportaciones de los demás, anónimas o no, solo puede ser posible mediante la
intención de colaborar como un eslabón más. Habrá el lector al que deviene el
bostezo o el estupor de la indiferencia cuando pase la vista por este párrafo y
es que, ya lo he dicho antes, esta potencia es una combinación de conocimiento,
madurez y sabiduría, si no se está en condiciones de llevarla a cabo, al menos
debería ser guardada, como se guarda una semilla para que su vida latente
emerja al ser llevada a campo fértil.
Conocimiento
y madurez (sin sabiduría): Aquel que ya tiene el conocimiento, que domina una técnica,
que ha desarrollado sus propios caminos para hacer algo de forma sobresaliente
pero no tiene la sabiduría para compartirlo, para entregarlo a otras manos que
le den continuidad y hasta mejorías, no estará alcanzando la potencia. Podría
dar muchos ejemplos, pero en lo personal, me sucedió que al principio de los
años 90´s cuando la multimedia se extendió gracias a que los equipos de cómputo
facilitaron el manejo de video, imagen, sonido y texto, presenté mi propuesta
de tesis de licenciatura sobre la elaboración de un tutor interactivo que
ayudaría a los estudiantes a diagnosticar su nivel de hábitos de estudio y a la
postre administrar algunas lecciones para reforzar estrategias o enseñarle
nuevas. Por el tema pasé con tres de los sinodales y cuando me mandaron con el
cuarto, que contaba en su historia con algunos esfuerzos para hacer tutores
automatizados, pero con tecnología anterior (sin multimedia), a los que dedicó
varios años, pero no estuvo en condiciones de hacerlos públicos, recibí de su
parte, un rotundo rechazo a mi tesis, no le parecía que en medio año hubiera yo
elaborado todo ese programa automatizado, con herramientas que él no tuvo a su
alcance cuando inició por el mismo camino y que mantuvo como proyecto secreto
porque generaría gran impacto cuando lo sacara a la luz pública. Así que a los
cinco minutos de nuestra entrevista cerró mi borrador de tesis y me dijo que
tenía que replantear desde el título, o sea, que me saliera de ese camino que
él tenía planeado recorrer. Este sinodal contaba con conocimiento y madurez, no
con la sabiduría para enlazar los eslabones que nos hubieran dado fortaleza en
esa vertiente tecnológica.
Conocimiento
y sabiduría (sin madurez): podría la persona poseer el más profundo
conocimiento, la más alta especialización y tener la capacidad de aplicarlo,
pero sin la visión de compartir, tendríamos incompleta la potencia. Para mí son
muy respetables aquellos que se especializan tanto en un tema o una técnica que
se vuelven la referencia por autoridad, a quien consultar ante la duda,
doblemente admirables cuando además de sus conocimientos, demuestran ser
expertos para aplicarlos, pero están incompletos cuando no hay disposición para
compartirlos. No sé si esto tenga que ver con la edad, hace poco que desayuné
con un querido amigo que es un reconocido consultor de empresas y que siempre
hablaba de sus proezas, de cómo apoyó a ciertas negocios instituciones,
organizaciones, las volvió competitivas, aplicó su vasto conocimiento,
experiencia y sus desarrolladas habilidades para diagnóstico y prescripción organizacional, noté un cambio
en su discurso: me comentó que tiene que pensar en el retiro y que su
preocupación al día de hoy, no es buscar clientes, sino formar a los integrantes
de su equipo, volverlos tan expertos como lo es él y hacer que la firma
consultora dependa cada vez menos de su persona, con todo el respeto que
merece, es el mejor ejemplo de alcanzar la potencia, sumando la madurez a sus
probados conocimientos y sabiduría.
Sabiduría
y madurez (sin conocimiento): esta combinación, bien podría llamarse buenas
intenciones, y aunque se asume que el sabio posee amplios conocimientos en
ciencia o arte, lo quiero distinguir del conocimiento especializado, aquel que
con amplia cultura general, aconseja, dirige, sugiere, cuenta su experiencia en
situaciones similares, pero no es el experto en el tema, aunque esté en
condiciones de madurez para transmitir desinteresadamente lo que sabe, estará
con potencia incompleta o sesgada, es bien sabido el dicho aquel que dice que
quien posee como herramienta el martillo a todos les ve cara de clavo. Sin
profundizar en la autocrítica a quienes practicamos la consultoría, la
capacitación y hasta la Psicoterapia, necesitamos estar actualizados en las
nuevas tendencias, los estudios que refuerzan o desechan la efectividad de los
tratamientos tradicionales, reconocer y adoptar las nuevas herramientas y
estrategias que están funcionando en otras latitudes con su debida
tropicalización. Esa auto exigencia por el conocimiento, por la búsqueda de la
actualización y ampliación de visión, es el complemento para la potencia que se
da al sumarle sabiduría y madurez.
Así
que, amables lectoras y lectores, conocerse a sí mismo, reconocer las áreas en
que tenemos fortaleza: sean conocimiento, sabiduría y madurez. Serán los
pilares de con los que podremos trascender en el ejercicio de potenciarte.
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