lunes, 4 de septiembre de 2017

Clásicas de elevador

Ahí iba yo todas las tardes, me habían contratado para hacer el procesamiento estadístico en una oficina del  Gobierno, hoy ya no es confidencial, los resultados ya los he publicado antes en este mismo blog (http://jesusorduna.blogspot.mx/2012/02/estadisticas-penitenciarias-en-mexico.html), por las mañanas estudiaba y en las tardes, me tocaba estar encerrado en esas oficinas casi vacías, nunca conocí cómo era por las mañanas, pero me decían que todo un mercado, pasaban a venderles almuerzo, golosinas, artesanías, carteras, cinturones, bisutería y ventas por catálogo de todo tipo, se escuchaba música de dos o tres radios y un murmullo tan denso que para llamar por teléfono, se tapaban con el dedo índice y con mucha presión el otro oído. Pero a mí me tocaba ir por las tardes, no éramos ni ocho personas en todo el séptimo piso, conocido como el de informática, aunado a que yo tenía acceso a una macro computadora donde se corrían los pesados análisis estadísticos y no se permitía el paso a más personas en ese cubículo.

Así que yo llevaba mi Walkman Sony sport, de color amarillo y ponía con unas pequeñas bocinas algún cassette que yo mismo había grabado, vacié ahí el disco compacto de música barroca de la colección 100 master pieces, the top 10 of classical music 1894-1928, así que dividía mi trabajo en los estados de la república y las estadísticas que podría correr durante esa tarde y a manera que avanzaba el trabajo, el cassette de música pasaba por Strauss: Also Sprach Zarathustra, Adaggieto de Mahler, Filandia de Sibeluis, luego daba un salto en el cambio del pitch a Flight of the bumble bee de Rimsky-Korsakov, que al terminar bajaba nuevamente a la tranquilidad de Thais – meditation de Massenet y coincidía mandar a imprimir en aquellas ruidosas impresoras de matriz de punto con Pomp and circumstance de Elgar, Valse triste de Sibelius y Vienna Blood nuevamente de Strauss, cupieron en aquella cinta Brandemburg Concerto y Air on the G string de Bach, terminaba con Bolero de Ravel y normalmente también los juego de impresión y las gráficas que se imprimían a color, tardaban todo lo que duraba esta última melodía, su “in crescendo” iba al compás del trabajo terminado. No es que yo fuera gran conocedor de la música clásica, sólo que esa selección me hacía buena compañía y daba parsimonia a la jornada de trabajo, me facilitaba la concentración y aislamiento necesario cuando dar un comando equivocado en aquella computadora de dimensiones mayores a las de una computadora personal, podría retrasarse varios minutos para interrumpir el procesamiento del sistema de análisis estadísticos, o peor aún, tener que imprimir de nuevo varias hojas continuas en la impresora de matriz o la impresora inyección de tinta a color, esta última es la que más tardaba. Tampoco es que fuera yo antisocial, pero era necesario ese lapso de soledad de ese séptimo piso.

Imagen tomada de https://victorlopezjaramillo.files.wordpress.com/2010/10/1-sony-walkman-460-100-460-70.jpg



                                                                                                Imagen tomada de https://www.picclickimg.com/d/w1600/pict/263054925665_/10-CD-Set-100-Masterpieces-Classical-Music-1685-1928.jpg


Un aislamiento, con música clásica y puerta entreabierta no es una barrera impasable, así que empecé a recibir una cordial visita en aquellas tares, no recuerdo su nombre, así que la nombraré como Mayra, eran los primeros años de la década de los 90, el nombre queda apropiado, ella del noveno piso, frecuentemente tenía que entregar correspondencia al quinto piso, pero el elevador se detenía siempre en el séptimo y era razón suficiente para pasar a saludarme, la secretaria que nos apoyaba en el séptimo piso, muchas veces me comentaba, - Oye Mayra me preguntó por ti, me dijo que te manda saludos,  -Mayra te buscó en la mañana pero le dije que sólo vienes por las tardes. –Mayra te dejó una rebanada de pastel porque le celebraron su cumpleaños en la mañana, dice que en la tarde viene por su abrazo. Y la verdad es que me caía bien Mayra, alta de pelo largo y muy rizado, originaria de Veracruz, con la sonrisa permanente y la carcajada franca y ruidosa, pero era amistad que no pasaba de eso, una visita cordial en la oficina. No faltaba quien me preguntara si ya había invitado a salir a Mayra, si la había visto el fin de semana, si no la invité a almorzar por la mañana, etcétera. Pero mi agenda estaba muy complicada, eran mis últimos meses como estudiante en la licenciatura, me había comprometido a dar clases de estadística apoyada por computadora, tenía la mente ocupada en el tema de tesis y en las ponencias que tenía que preparar para el congreso en España al que me iría un año después. Me era difícil invitar a Mayra a salir, o al menos corresponder a sus coqueteos y cordialidades.
Pasaban las semanas y el trabajo que se me había encargado estaba próximo a publicarse, empecé a tener jornadas donde el cassette de música barroca tenía que darle la vuelta y alcanzaba a escucharlo una o dos veces, Bolero de Ravel ya no marcaba siempre la terminación de la jornada. al mismo tiempo se me juntaba la entrega de trabajos finales y preparación de exámenes de fin de semestre, al grado que no noté que las cordiales visitas de Mayra habían disminuido.
Una vez terminado el trabajo, en una tarde más tranquila, revisando los archivos que se enviarían a la imprenta y que los colores institucionales fueran los correctos, le pregunté a nuestra secretaría del séptimo piso, por su amiga la del noveno. En primer lugar aclaró que amigas cercanas no eran, que se encontraban algunas veces y que en efecto, ya no había bajado a entregar correspondencia. Un día después me dijo que coincidentemente sobre lo que le había preguntado, se había encontrado a Mayra en Recursos humanos, que estaba entregando una constancia médica acompañada de su mamá y que desde lejos, lo primero que hizo fue preguntarle por mí y dejarme saludos, observó que su mamá inquirió de quien se trataba y porqué dejaba saludos, pero la secretaría del séptimo se despidió y subió a trabajar.
Así que dejé de tener esa cordial visita y recordé que fueron varias las insinuaciones que esquivé para vernos el fin de semana, para que saliéramos, para que tuviéramos alguna cita, pero dado mi momento abrumador de carga de trabajo y fin de último semestre de la licenciatura me hacían ignorar todas las veces que casualmente el elevador se detenía en el séptimo durante su trayecto al quinto piso y se había dado la oportunidad de pasar a saludarme.

Semanas después en una tarde más relajada y con menos presión de trabajo, caminaba yo de un escritorio a otro de mi séptimo piso, des esas tardes que de los ocho que trabajábamos en informática no estaban más de cuatro, alguien había pedido el elevador y ante la tardanza se fue por las escaleras, así que se abre el elevador y ahí estaba Mayra en su trayecto al quinto piso, yo desde el escritorio por el que había caminado, la alcancé a ver y le hice señas, al parecer no me vio y como el elevador seguía detenido, me acerqué de forma que ya no podía ignorarme y levantó el sonrojado rostro. Escuché su  –Ah! Hola!, -Oye! ¿no me vas a saludar? hace tiempo que no nos vemos , le dije. Y oprimía el botón del elevador que casualmente se había detenido sin ella pedirlo en el séptimo piso. Debo decir que la entrada al elevador estaba dividida de la zona de escritorios por una media pared, así que no veía más que su rostro, puesto que era alta de estatura. Dado que el elevador seguía detenido, me acerqué, libré el medio muro y la vi de cuerpo completo con su bata de maternidad y su abultado vientre de alrededor de seis meses.
Existen frases hechas y lugares comunes para cuando uno nota el embarazo de alguien así que sin echarle más imaginación le dije - ¡qué escondido lo tenías! Y cambiando su discurso a queja y victimización me dijo, - ya sabes cómo son, si hubieran sabido en Recursos humanos que estaba embarazada no me hubieran dado el trabajo, así que mi marido y yo decidimos que no lo iba a decir hasta que se me notara… en ese momento el elevador salió de su pausa, ella entró de nuevo y oprimió el número cinco. Las puertas se cerraron y la secretaria de nuestro séptimo piso me lanzó una mirada y movimiento de la cabeza como un telegrama que decía “no tiene marido, ya estaba embarazada cuando te estuvo visitando”.

Una vez, en otra oficina que trabajé años después, conté esta historia y me dijo la secretaria de este nuevo trabajo con cierta expresión de experiencia y frustración, - pero eso ya no funciona, ya no se dejan atrapar así los hombres. La verdad es que nunca me pasó el verbo atrapar, ni por la mente ni por la historia.

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