Ahí iba yo todas las tardes, me habían contratado para hacer el procesamiento estadístico en una oficina del
Gobierno, hoy ya no es confidencial, los resultados ya los he publicado
antes en este mismo blog (http://jesusorduna.blogspot.mx/2012/02/estadisticas-penitenciarias-en-mexico.html),
por las mañanas estudiaba y en las tardes, me tocaba estar encerrado en esas
oficinas casi vacías, nunca conocí cómo era por las mañanas, pero me decían que
todo un mercado, pasaban a venderles almuerzo, golosinas, artesanías, carteras,
cinturones, bisutería y ventas por catálogo de todo tipo, se escuchaba música
de dos o tres radios y un murmullo tan denso que para llamar por teléfono, se
tapaban con el dedo índice y con mucha presión el otro oído. Pero a mí me
tocaba ir por las tardes, no éramos ni ocho personas en todo el séptimo piso,
conocido como el de informática, aunado a que yo tenía acceso a una macro computadora
donde se corrían los pesados análisis estadísticos y no se permitía el paso a
más personas en ese cubículo.
Así que yo llevaba mi Walkman Sony sport, de color amarillo
y ponía con unas pequeñas bocinas algún cassette que yo mismo había grabado,
vacié ahí el disco compacto de música barroca de la colección 100 master
pieces, the top 10 of classical music 1894-1928, así que dividía mi trabajo en
los estados de la república y las estadísticas que podría correr durante esa
tarde y a manera que avanzaba el trabajo, el cassette de música pasaba por
Strauss: Also Sprach Zarathustra, Adaggieto de Mahler, Filandia de Sibeluis,
luego daba un salto en el cambio del pitch a Flight of the bumble bee de
Rimsky-Korsakov, que al terminar bajaba nuevamente a la tranquilidad de Thais –
meditation de Massenet y coincidía mandar a imprimir en aquellas ruidosas
impresoras de matriz de punto con Pomp and circumstance de Elgar, Valse triste
de Sibelius y Vienna Blood nuevamente de Strauss, cupieron en aquella cinta
Brandemburg Concerto y Air on the G string de Bach, terminaba con Bolero de
Ravel y normalmente también los juego de impresión y las gráficas que se
imprimían a color, tardaban todo lo que duraba esta última melodía, su “in crescendo”
iba al compás del trabajo terminado. No es que yo fuera gran conocedor de la
música clásica, sólo que esa selección me hacía buena compañía y daba parsimonia
a la jornada de trabajo, me facilitaba la concentración y aislamiento necesario
cuando dar un comando equivocado en aquella computadora de dimensiones mayores
a las de una computadora personal, podría retrasarse varios minutos para
interrumpir el procesamiento del sistema de análisis estadísticos, o peor aún,
tener que imprimir de nuevo varias hojas continuas en la impresora de matriz o
la impresora inyección de tinta a color, esta última es la que más tardaba.
Tampoco es que fuera yo antisocial, pero era necesario ese lapso de soledad de
ese séptimo piso.
Imagen tomada de https://victorlopezjaramillo.files.wordpress.com/2010/10/1-sony-walkman-460-100-460-70.jpg
Imagen tomada de https://www.picclickimg.com/d/w1600/pict/263054925665_/10-CD-Set-100-Masterpieces-Classical-Music-1685-1928.jpg
Un aislamiento, con música clásica y puerta entreabierta no
es una barrera impasable, así que empecé a recibir una cordial visita en
aquellas tares, no recuerdo su nombre, así que la nombraré como Mayra, eran los
primeros años de la década de los 90, el nombre queda apropiado, ella del
noveno piso, frecuentemente tenía que entregar correspondencia al quinto piso, pero
el elevador se detenía siempre en el séptimo y era razón suficiente para pasar
a saludarme, la secretaria que nos apoyaba en el séptimo piso, muchas veces me
comentaba, - Oye Mayra me preguntó por ti, me dijo que te manda saludos, -Mayra te buscó en la mañana pero le dije que
sólo vienes por las tardes. –Mayra te dejó una rebanada de pastel porque le
celebraron su cumpleaños en la mañana, dice que en la tarde viene por su
abrazo. Y la verdad es que me caía bien Mayra, alta de pelo largo y muy rizado,
originaria de Veracruz, con la sonrisa permanente y la carcajada franca y
ruidosa, pero era amistad que no pasaba de eso, una visita cordial en la
oficina. No faltaba quien me preguntara si ya había invitado a salir a Mayra,
si la había visto el fin de semana, si no la invité a almorzar por la mañana,
etcétera. Pero mi agenda estaba muy complicada, eran mis últimos meses como
estudiante en la licenciatura, me había comprometido a dar clases de
estadística apoyada por computadora, tenía la mente ocupada en el tema de tesis
y en las ponencias que tenía que preparar para el congreso en España al que me
iría un año después. Me era difícil invitar a Mayra a salir, o al menos
corresponder a sus coqueteos y cordialidades.
Pasaban las semanas y el trabajo que se me había encargado
estaba próximo a publicarse, empecé a tener jornadas donde el cassette de
música barroca tenía que darle la vuelta y alcanzaba a escucharlo una o dos
veces, Bolero de Ravel ya no marcaba siempre la terminación de la jornada. al
mismo tiempo se me juntaba la entrega de trabajos finales y preparación de
exámenes de fin de semestre, al grado que no noté que las cordiales visitas de
Mayra habían disminuido.
Una vez terminado el trabajo, en una tarde más tranquila,
revisando los archivos que se enviarían a la imprenta y que los colores
institucionales fueran los correctos, le pregunté a nuestra secretaría del
séptimo piso, por su amiga la del noveno. En primer lugar aclaró que amigas cercanas
no eran, que se encontraban algunas veces y que en efecto, ya no había bajado a
entregar correspondencia. Un día después me dijo que coincidentemente sobre lo
que le había preguntado, se había encontrado a Mayra en Recursos humanos, que
estaba entregando una constancia médica acompañada de su mamá y que desde
lejos, lo primero que hizo fue preguntarle por mí y dejarme saludos, observó
que su mamá inquirió de quien se trataba y porqué dejaba saludos, pero la
secretaría del séptimo se despidió y subió a trabajar.
Así que dejé de tener esa cordial visita y recordé que
fueron varias las insinuaciones que esquivé para vernos el fin de semana, para
que saliéramos, para que tuviéramos alguna cita, pero dado mi momento abrumador
de carga de trabajo y fin de último semestre de la licenciatura me hacían ignorar
todas las veces que casualmente el elevador se detenía en el séptimo durante su
trayecto al quinto piso y se había dado la oportunidad de pasar a saludarme.
Semanas después en una tarde más relajada y con menos
presión de trabajo, caminaba yo de un escritorio a otro de mi séptimo piso, des
esas tardes que de los ocho que trabajábamos en informática no estaban más de
cuatro, alguien había pedido el elevador y ante la tardanza se fue por las
escaleras, así que se abre el elevador y ahí estaba Mayra en su trayecto al
quinto piso, yo desde el escritorio por el que había caminado, la alcancé a ver
y le hice señas, al parecer no me vio y como el elevador seguía detenido, me
acerqué de forma que ya no podía ignorarme y levantó el sonrojado rostro. Escuché
su –Ah! Hola!, -Oye! ¿no me vas a
saludar? hace tiempo que no nos vemos , le dije. Y oprimía el botón del
elevador que casualmente se había detenido sin ella pedirlo en el séptimo piso.
Debo decir que la entrada al elevador estaba dividida de la zona de escritorios
por una media pared, así que no veía más que su rostro, puesto que era alta de
estatura. Dado que el elevador seguía detenido, me acerqué, libré el medio muro
y la vi de cuerpo completo con su bata de maternidad y su abultado vientre de alrededor
de seis meses.
Existen frases hechas y lugares comunes para cuando uno nota
el embarazo de alguien así que sin echarle más imaginación le dije - ¡qué
escondido lo tenías! Y cambiando su discurso a queja y victimización me dijo, -
ya sabes cómo son, si hubieran sabido en Recursos humanos que estaba embarazada
no me hubieran dado el trabajo, así que mi marido y yo decidimos que no lo iba
a decir hasta que se me notara… en ese momento el elevador salió de su pausa,
ella entró de nuevo y oprimió el número cinco. Las puertas se cerraron y la secretaria
de nuestro séptimo piso me lanzó una mirada y movimiento de la cabeza como un
telegrama que decía “no tiene marido, ya estaba embarazada cuando te estuvo
visitando”.
Una vez, en otra oficina que trabajé años después, conté
esta historia y me dijo la secretaria de este nuevo trabajo con cierta expresión
de experiencia y frustración, - pero eso ya no funciona, ya no se dejan atrapar
así los hombres. La verdad es que nunca me pasó el verbo atrapar, ni por la
mente ni por la historia.
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