Ya antes he hablado en este blog
sobre los sorprendente que siempre me parece la memoria, ese proceso mental que
en el currículum universitario venía pegado a otro: así como un solo semestre
veíamos juntos pensamiento y lenguaje, en otro semestre veíamos motivación y
emoción, había otro dedicado a la sensopercepción, pero la memoria nos la daban
junto al aprendizaje, así se llamaba la materia: Aprendizaje y Memoria, con una
planta de profesores que traían una tan de moda formación conductista setentera
y trasnochada, había quien se preciaba de haber estudiado muy cercano a B.F.
Skinner y cuando en el auditorio se hizo un evento a por su fallecimiento, hubo
llanto durante la lectura de las vivencias de ese profesor con el padre del
conductismo, entonces, si para el conductismo el aprendizaje lo era casi todo, (aunque
no pueda explicar las lágrimas por alguien que ni es estímulo presente en el
ambiente ni aplica castigo físico) en un semestre juntar aprendizaje y memoria,
se distribuían si bien nos iba en un 80 y 20%. Así que lo que recuerdo de las
clases recibidas sobre memoria, es mínimo.
Sobre aprendizaje salí sabiendo cómo condicionar operantemente desde una
célula hasta un perro o modelar conductas humanas mediante premio, castigo,
reforzamiento o extinción.
Fue Araceli Otero, la profesora
que nos llevó un libro verde, nuevo, recién editado en España, que se contraponía
en mucho a la escuela conductista gringa, más de moda en nuestros profesores
mexicanos que en los estadunidenses, pero propuesta alterna al fin de cuentas,
el libro es de Manuel de Vega, Introducción a la Psicología Cognitiva. Luego de
agotar el modelo conductista que presumía poder explicar toda conducta mediante
los estímulos y respuestas, infiriendo que al fin de cuentas los organismos son
una caja negra, que dependiendo del estímulo, presentarán la respuesta. Aquel
libro verde nos abriría esa caja negra, era todo un alivio que la alternativa
fuera inclusive colorida (verde).
Ahí aprendí algunas estrategias
de memoria, los diferentes modelos que existen predominantemente me sirvió
durante muchos años el modelo de almacenes de Atkinson y Schiffrin (años setentas
también) Memoria sensorial, memoria de corto plazo y memoria de largo plazo. El
número mágico que son siete más menos dos unidades de información y en la
lógica de la memoria de almacenes; explico rápidamente: percibes estímulos todo
el tiempo, aquellos a los que diriges tu atención, pasan la memoria sensorial y hay una pérdida brutal
de información, en milisegundos ya no recuerdas el zumbido del insecto, los
pasos de la gente en la calle, lo que pasó hablando una pareja, porque no
dirigiste tu atención, podrás recodar en todo caso, la conversación a la que
atendiste por teléfono móvil. Todo eso a lo que dirigiste atención se va como
información al almacén de corto plazo, ahí la información permanece más tiempo
y hay una pérdida constante, siempre me imaginé como una pequeña cascada de un
riachuelo, continuamente se va para no regresar la información, aún que toda
esa agua quisieras guardarla no hay recipiente suficiente para mantenerla. De
toda esa información que está circulando, en ese almacén de corto plazo, aquella
que repasas o se vuelve significativa (es decir, asociada a un estado emotivo),
es la información que se va al almacén de largo plazo, y ahí, aseguran los
autores no hay pérdida, simplemente se vuelven complejas las claves para traer
la información. Como un juego, cuando estoy relajado, me pongo a buscar en ese
almacén de largo plazo y me reto a traer al presente recuerdos que
probablemente ya no deberían estar disponibles, entonces en un laberinto de
claves rebuscadas, voy asociando recuerdos desde la temprana infancia, hasta
lecturas, poemas o canciones que alguna vez me aprendí y que creí que ya no me
las sabía completas, en parte, eso es lo que sucede con la hipnosis, concentrar
de una manera intensa la mente en un recuerdo particular y son sorprendentes
todos los detalles que pueden recuperarse.
La memoria no es del todo
confiable, por eso nos hemos llenado de notas, de fotografías, de libros, de
cuadernos, de diarios de calendarios, la memoria trata de agrupar en categorías
todo lo que recibe y es fácil que algo se acomode en el cajón de al lado, por
ejemplo ver una película y sentir que la historia ya la conocemos, pero nunca
la habíamos visto antes. Y es que no hay referencias en ese cajón o depósito,
habría que buscar en el de al lado que almacena historias leídas en libros, no
en películas. También la memoria puede cambiar algunos detalles, recordamos
siempre el coche rojo del abuelito que llevaba a un compañero a la escuela y
cuando nos enseña fotos décadas después, nos muestra el coche anaranjado de su
abuelo, la memoria nos llega a jugar algunas pasadas.
Más interesante aún, son la
emergencia de recuerdos involuntarios, esos son claves que se van solas y
asocian vivencias y pensamientos que de repente no sabes cómo llegaron hasta
aquí. A menos que te pongas a reflexionar y recuperes el hilo conductor de
tales claves. Hoy por la mañana vino a mi mente la barra de un local en Madrid,
un vaso de cristal con dos hielos y el refrescante jugo de melocotón, la escena
se completa por una mañana de verano, con un sol cayendo a plomo, sin tener
exactamente un lugar para desayunar en forma (a diferencia de España, en México
desayunamos en forma cuando consumimos, fruta, cereal, yogurth, huevo tocino, o
cualquier otro antojo pesado que alarma a quienes han vivido con un petit-déjeuner el inicio de todos los días de sus vidas. Mi vívido recuerdo de ese zumo
de melocotón (que en tres días tuve que aprender a pedir zumo en lugar de jugo)
me llegó a la mente mientras leía un pasaje del libro “Las edades de Lulú” en
el que describe Madrid como una Ciudad caótica con gente comiendo de pié en las
barras y el piso lleno de servilletas de papel. Aquel verano ni caótico ni
hostil me pareció Madrid y ese zumo de melocotón fue un oasis en mi desierto,
escena toda que me trajo una línea de un libro. Así de extraños son los caminos
(asociación de claves para traer información) de la memoria.
Yo siempre lo he dicho, para tener bellos recuerdos a los cuales regresar
y disfrutar volver, hay que fomentar buenos momentos en el presente, porque se
vuelven pasado en el inminente futuro.
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