jueves, 22 de diciembre de 2011

Tres colores, tres fuerzas, tres puntos de vista, tres concepciones, tres oportunidades de convivir en la diversidad.

Era el año de 1990, entre la visita del Papa Juan Pablo II y el comienzo del mundial de futbol soccer en Italia, sucedió un evento en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), un evento denominado al Magno Congreso Universitario, yo era un estudiante de Psicología y era promotor del uso de nuevas tecnologías, específicamente de las computadoras aplicadas a la instrucción o como se llamaba en inglés el CAI y el ICAI (Computer Aided instruction y el Intelligent Computer Aided Instruction), al mismo tiempo trabajaba yo como encargado de un centro de cómputo en un área de post-grado, grandes oportunidades que me dio la UNAM, en mi formación académica y desarrollo laboral. El mundo fascinante de la tecnología educativa seguro lo abordaré en otro momento. El evento que se desarrollaba en ese mayo de 1990, era resultado de un movimiento estudiantil iniciado en 1986, como reacción a una propuesta de reforma de la Universidad, en la que se buscaba principalmente su revaloración mediante el pago de cuotas y evitar el pase reglamentado, aquel que permite que automáticamente los alumnos del bachillerato tengan asegurado un lugar en la licenciatura, al menos eso entendíamos como la esencia de la propuesta de reforma, promovida por un respetable Rector que posteriormente sería encargado de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y hasta Secretario de Gobernación interino, Embajador en Francia e Investigador Emérito. A pesar de las credenciales, para los estudiantes era un villano, era quien quería privatizar la Universidad Pública y dejar la educación superior al alcance de la clase dominante. Algunos meses de huelga, luego de la formación del CEU (Consejo Estudiantil Universitario) de aquel año 1986, lograron un compromiso: llevar a cabo el Magno Congreso Resolutivo, algún profesor haría la corrección y explicaría que no era resolutivo sino resolutorio, pero eso ya era lo menos relevante. Se formó una singular comisión denominada COCU, Comisión Organizadora del Congreso Universitario, que estableció las reglas de participación y que estaba compuesta por estudiantes, profesores, investigadores y directores, todos los puntos de vista representados, hasta aquí todo son antecedentes generales. Entre los antecedentes particulares, estaba mi inquietud de que la informática y computación serían una gran herramienta para las áreas de estudio de la Psicología, de tal modo que en los foros que antecedieron al Congreso Universitario, inscribí una ponencia llamada “Informática Aplicada a la Psicología”, y dado que a la par de los foros se deberían apuntar los candidatos que podrían representar a la Facultad, me registré también, yo esperaba que hubiera tantos candidatos como ponentes, pero la realidad es que para los seis lugares que representarían a la Facultad, había siete candidatos inscritos, una plantilla compacta del CEU y yo. Se hizo campaña, el CEU organizó hasta un carnaval con exhibición de lambada (era el baile atrevido y de moda) y yo sin financiamiento, me dediqué a visitar los salones, hablar de mi propuesta y alguien me dijo que aprovechara la simpatía, que en esos casos gana quien cae bien, entonces algunas compañeras de mi grupo me acompañaban, salón por salón, han de saber que las estudiantes de Psicología han tenido fama de ser las más bellas de la Universidad, así que esa campaña no pasaba desapercibida. Por otro lado sin premeditarlo nunca hice campaña en contra del CEU, yo había estado codo con codo desde la huelga de 1986, no seguía militando porque me había desencantado ciertas inconsistencias de los líderes del movimiento, algunas veces me parece inverosímil que a los 17 años uno se tomaba tan en serio los paradigmas de la lucha por el bien común. Dado ese pasado reciente, en mi campaña nunca busqué denostar al contrincante ni hice eco de campañas que trataban de tacharlos de radicales, agresivos, manipulados por fuerzas obscuras y todo lo demás. Un votante me dijo que me daba su voto por haber hecho una campaña propositiva cuya bandera no era hablar mal del otro. El día de las votaciones, se me notificó que de los seis lugares, cinco los ocuparía el CEU y el otro lugar yo. Y empezó el Congreso, la sede: el frontón cerrado, un recinto techado con una gran cancha de madera y amplias gradas , que fueron habilitadas como clones de curul, con dispositivo para votación electrónica y llave de seguridad para activarlo. Iniciamos 814 delegados de todas las escuelas y facultades, excepto un doctor en Derecho, profesor prestigiado, que ese día publicó en un diario que habiendo sido elegido, no se presentaría al Congreso como protesta porque la Universidad no debería cambiar, la autonomía, el nombre y la tradición centenaria de la Máxima Casa de Estudios no debería ponerse en manos de un grupo de congresistas improvisados casi revoltosos. Se dejaba entrever una de esas tres fuerzas que dan título a este texto. El no cambio. A los 19 años de edad, uno se siente emocionado de más ante un evento con casi el mismo número de cámaras de televisión que la visita del Papa y que el venidero mundial, así que corbata al cuello y saco azul me presenté a mi primer día de congreso, previamente había leído completo el reglamento y me quedaban algunas dudas. Gran inauguración, aparición como estrella de teatro del Rector en curso y cientos de voces de congresistas ávidos de protagonismo, antes de empezar propiamente la sesión, en el presídium someterían a votación el reglamente y se ofreció resolver dudas, levanté la mano y fui a hacer fila al micrófono, de los 15 que habían pedido la palabra antes que yo, hubo alguna participación que de extravagante, me pareció aberrante: propuesta de que el congreso no durara un mes si no que se constituyera permanente, que se otorgara servicio de transporte a los congresistas, comidas y apoyo económico y ser el organismo democrático que tomara decisiones sobre el patrimonio y designación de directores y una retahíla de peticiones fuera de lugar. Esa participación calentó el ambiente y cuando me paré frente al micrófono y luego de exponer mi duda sobre alguna inconsistencia menor de los procedimientos de las mesas de trabajo, terminé con un comentario como “compañeros: ¿porqué tantas peticiones?, antes de proponerse como candidatos ustedes firmaron una carta compromiso, en la que reconocían que ser congresista exigía un esfuerzo extra, de no ser así tenían que haber dejado su lugar al candidato que seguía en número de votos…” a partir de ahí la rechifla de unos ya no dejaba escuchar y los aplausos y asentimientos de otros se mezclaban en un ensordecedor rugido de la multitud… recuerdo periodistas disparándome flashazos y congresistas levantados de su lugar que venían exacerbados corriendo a pedir la palabra al frente. Además de los invitados como público que ocupaban la parte superior de las gradas separados por una valla de alambre…….y como si el recuerdo se difuminara, entre gritos, se empañara con aspavientos y se secara con recesos de la sesión, se aviva después con un par de frases célebres: esta no es una cuestión de derecho sino de justicia y la justicia está sobre cualquier reglamento y la otra: “estamos hasta la madre de la Universidad de saco y corbata”, al final nos llevó dos días ponernos de acuerdo en un reglamento que se esperaba aprobado en 10 minutos, costos de la democracia. Un problema fue armar las comisiones de trabajo, entre ellas la comisión del diario del congreso, tres planillas se disputaban quien vigilaría y apoyaría las mesas de trabajo, el CEU, que buscaba la democratización hasta el absurdo (o sea someter a votación desde los representantes de comisiones hasta si se comería pollo o hamburguesas en las sesiones), jeans, playeras alusivas al Ché Guevara, rastas y pulseras tejidas por artesanos oaxaqueños y chiapanecos y en el aire un aroma a patchouli ( dícese del perfume elaborado a partir de la semilla de cannabis), esa era la apariencia, las ideas multicolores también y manifestaciones artísticas creativas abundaban, aunque muchas veces se buscaba un cambio per se y como vuelta de la moneda, es decir, apostarle al extremo opuesto para ver qué pasaba. Había una asociación de estudiantes reactiva al CEU, denominada CAU, (Consejo Académico Universitario), asociado a cierta agrupación de profesores y vista con simpatía por algunos directores que consideraban que la Universidad no necesitaba mayores cambios. Apariencia: niñas de traje sastre y jóvenes con corte de pelo a la moda y de traje y corbata, hablando siempre en círculos cortos, con derecho de picaporte a oficinas de los directores y con una capa repelente al CEU, sabedores de más respaldo que de ideas. Y una tercera agrupación emergente, de los llamados “independientes”, o sea, aquellos estudiantes que habían llegado sin respaldo de una u otra asociación y que se empezaron a conocer por sus coincidencias de puntos de vista, sin presiones de aferrarse a uno u otro extremo de los puntos de vista , pero hay que decirlo, sin un plan claro y con cierto vacío de ideología, los más susceptibles a las inconsistencias e incongruencias.
 ¿Se nota?,
Esas tres tendencias, me mostraban, me enseñaban la conformación de tres fuerzas, tres concepciones del mundo (universitario), sin fronteras tangibles, peleadas entre ellas, pero aduciendo tener un fin común, la mejora de la Institución. Para cada una de las fuerzas, la otra era objeto de sospechas, de contubernios, de desconfianza, de intereses ocultos. Por si alguien no lo sabía, la Universidad Nacional, maneja tradicionalmente un presupuesto equivalente a tres entidades federativas, o sea todo el gasto de tres estados de la república, tiene el mayor número de estudiantes en el país y realiza el 70% de la investigación científica. Es reconocida como una de las cinco mejores universidades de Iberoamérica y está dentro de las mejores 200 a nivel mundial, por eso un intento de transformarla de fondo, no era cosa menor. En lo personal, me integré a la comisión del diario del congreso, cada noche recibíamos las conclusiones de las mesas de trabajo y terminábamos enviando a una imprenta un pequeño periódico que se distribuía al día siguiente a cada uno de los congresistas, comisión en la que este joven estudiante, compartía la mesa de trabajo con el Coordinador de la Investigación científica, con un profesor emérito de la Facultad de Derecho, un Secretario General, hecho rector un par de años después . Y me tocó ir a la mesa de trabajo número tres, aquella que discutía la estructura académica. Afortunadamente compartiendo horas de discusión y propuestas con eminencias que hoy son columnistas y referentes de la educación en el país y con la Maestra Ana María Cetto, premio Nobel, conste que es el único nombre que no he esquivado en este texto.

Se ha dicho mucho que la Universidad es un laboratorio de la sociedad mexicana y como recuento de los daños y beneficios de aquel magno congreso antes de que empezara el mundial, fueron que al patrimonio universitario, aquel organismo que maneja las propiedades y el ejercicio del presupuesto no tuvo cambios, se defendió con toda la artillería pesada de directores y administradores de la universidad y a pesar de los esfuerzos de las fuerzas que buscaban el cambio, no hubo tal, hay pilares fundamentales que no se mueven a pesar de los movimientos. En el otro extremo, donde tanto se discutió las aumentar las cuotas o pagos y el pase reglamentado, los estudiantes del CEU defendieron hasta las últimas que eso no cambiara, ambos extremos se llevaron muchos de los reflectores, afortunadamente dejaron trabajar otras mesas y por ejemplo la mesa tres, logró consolidar los consejos académicos de área que a la postre han sobrevivido y coadyuvado a una mejor evaluación de los programas académicos.

Diez años después, a principios del año 2000, tuve que ir a una sesión de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, entiéndase como la asamblea de diputados de la capital del país. Primera vez que la izquierda lograba mayoría y que por cierto, la ciudad era gobernada por la misma fuerza política, identificada por el color amarillo que proponía (y logró) cambios de 180 grados, ante una bancada de color azul, absolutamente conservadora que se oponía a esos cambios, pero que no gozaba de la mayoría para defenderlos, pero demostraba su respaldo como para explicar que sucediera lo que sucediera, su riesgo era el menor. Eso sí, me tocó ver una bancada tricolor que mostraba un experiencia superior para manejarse y era capaz de detener una sesión simplemente abandonando la sede y dejándola sin quórum. Lo anecdótico es que no solamente encontré coincidencias en las ideas y diferencias en los grupos similar al congreso universitario, sino que me encontré a muchas de las mismas personas, ideas y posiciones convergentes en escenarios distintos. En una búsqueda de acuerdos a pesar de los colores, a pesar de los diferentes puntos de vista, a pesar de las diferentes concepciones, a partir de las oportunidades de convivir en la diversidad.


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