viernes, 24 de julio de 2015

Certezas, ese poderoso punto débil


Muchas veces me pregunto, qué es lo que hace que la gente tome aviones, se quede días en los aeropuertos, si las tormentas no les permiten emprender la ruta (generalmente) de regreso, o el camino al hogar.
¿Por qué simplemente no pernoctamos durante cuatro meses en donde la noche nos caiga, sin ser llamados trotamundos, vagabundos o pata de perro?  Porque necesitamos de pequeñas certezas, algunas importantes para unos, insignificantes para otros, algunas veces las opuestas, pero al fin de cuentas certezas, estar cierto de algo, parte de lo que nos ha hecho evolucionar como individuos y más como sociedades es llenar ese vacío.
Lo que es una tortura o pesadilla para algunos, es el sueño dorado de otros, aquel vendedor de bisutería que recorre la playa en busca de clientes, sueña con un poco de sombra y aislamiento para su descanso, en contraposición, el reo que purga su condena  en la penumbra, añora minutos de sol o al menos de su luz.
Las certezas a las que nos apegamos suelen ser variadas y cuando no naturales, inventadas, sustituidas o artificiales: la cuna reproduce el movimiento al que el bebé se acostumbró dentro  del vientre materno, un micrófono o cámara de cuidado del bebé, aporta a la Madre la certeza de enterarse de los movimientos y las necesidades de su bebé, sin estar presente en la corta distancia.
La comunicación que emitimos, se completa cuando recibimos respuesta del destinatario, a toda una generación de niños se nos enseñó a decir “mande usted” para dar certeza de que hemos escuchado el llamado de nuestro nombre, se nos enseñó a decir “gracias” para que sea dado por recibido el favor o bien recibido. Las redes sociales nos otorgan un artificial ícono de mano con pulgar arriba, para indicar que alguien se enteró del mensaje publicado, o las dobles marquitas de verificación (palomas) para indicarnos, primero, que nuestro mensaje ya fue enviado desde el dispositivo electrónico y segundo, para indicar que ya fue leído por el destinatario. La gente tiende a enloquecer cuando no tiene la certeza de que el mensaje ha llegado fue leído, pero no respondido.
En lo cotidiano, necesitamos certezas sobre nuestra alimentación, sobre nuestro sueño, sobre nuestra seguridad, se mueven millonadas de dinero sólo para asegurar que la población, tendrá a su disposición alimentos, agua, un techo para dormir y la seguridad de que durante las horas de sueño tendrá paz. La falta de cuales quiera de estas necesidades no cubiertas derivará en una inestabilidad y desequilibrio, físico, mental, espiritual y social.
Las guerras en la historia de la humanidad no son otra cosa que el combate al temor de perder nuestras certezas de provisiones, de territorio, de salud, de equilibrio y de superación, todo lo demás es una amenaza con la que no podemos vivir.
Y al no poder vivir, la única certeza que al fin de cuentas nos queda es la muerte. Así como decía el poeta Jaime Sabines en “Me encanta Dios”:

Y por eso (Dios) inventó la muerte:
para que la vida — no tú ni yo– la vida,
sea para siempre.


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