Muchas veces me pregunto, qué es
lo que hace que la gente tome aviones, se quede días en los aeropuertos, si las
tormentas no les permiten emprender la ruta (generalmente) de regreso, o el camino
al hogar.
¿Por qué simplemente no
pernoctamos durante cuatro meses en donde la noche nos caiga, sin ser llamados
trotamundos, vagabundos o pata de perro? Porque necesitamos de pequeñas certezas, algunas
importantes para unos, insignificantes para otros, algunas veces las opuestas,
pero al fin de cuentas certezas, estar cierto de algo, parte de lo que nos ha
hecho evolucionar como individuos y más como sociedades es llenar ese vacío.
Lo que es una tortura o pesadilla
para algunos, es el sueño dorado de otros, aquel vendedor de bisutería que recorre
la playa en busca de clientes, sueña con un poco de sombra y aislamiento para
su descanso, en contraposición, el reo que purga su condena en la penumbra, añora minutos de sol o al
menos de su luz.
Las certezas a las que nos
apegamos suelen ser variadas y cuando no naturales, inventadas, sustituidas o
artificiales: la cuna reproduce el movimiento al que el bebé se acostumbró
dentro del vientre materno, un micrófono
o cámara de cuidado del bebé, aporta a la Madre la certeza de enterarse de los
movimientos y las necesidades de su bebé, sin estar presente en la corta
distancia.
La comunicación que emitimos, se
completa cuando recibimos respuesta del destinatario, a toda una generación de
niños se nos enseñó a decir “mande usted” para dar certeza de que hemos
escuchado el llamado de nuestro nombre, se nos enseñó a decir “gracias” para
que sea dado por recibido el favor o bien recibido. Las redes sociales nos
otorgan un artificial ícono de mano con pulgar arriba, para indicar que alguien
se enteró del mensaje publicado, o las dobles marquitas de verificación
(palomas) para indicarnos, primero, que nuestro mensaje ya fue enviado desde el
dispositivo electrónico y segundo, para indicar que ya fue leído por el
destinatario. La gente tiende a enloquecer cuando no tiene la certeza de que el
mensaje ha llegado fue leído, pero no respondido.
En lo cotidiano, necesitamos
certezas sobre nuestra alimentación, sobre nuestro sueño, sobre nuestra
seguridad, se mueven millonadas de dinero sólo para asegurar que la población,
tendrá a su disposición alimentos, agua, un techo para dormir y la seguridad de
que durante las horas de sueño tendrá paz. La falta de cuales quiera de estas
necesidades no cubiertas derivará en una inestabilidad y desequilibrio, físico,
mental, espiritual y social.
Las guerras en la historia de la
humanidad no son otra cosa que el combate al temor de perder nuestras certezas
de provisiones, de territorio, de salud, de equilibrio y de superación, todo lo
demás es una amenaza con la que no podemos vivir.
Y al no poder vivir, la única certeza
que al fin de cuentas nos queda es la muerte. Así como decía el poeta Jaime
Sabines en “Me encanta Dios”:
Y por eso (Dios)
inventó la muerte:
para que
la vida — no tú ni yo– la vida,
sea para
siempre.
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