viernes, 16 de marzo de 2018

Redes sociales, dendritas y cosmos


Llega esa edad en que una buena charla termina con la frase, qué profunda plática, qué apertura para todos los temas, qué divertido poder tocar así esos asuntos, poder saltar de un tema a otro porque en las redes sociales ya hemos ido dejando pistas de nuestro punto de vista o al menos de nuestros likes, de lo que no entusiasma o enoja y hasta de lo que es preferible no debatir, existiendo tantos temas, no caer en conversaciones estériles a sabiendas que no estaremos de acuerdo.

Y es que mi alma no tiene prisa, pero tampoco capelo, no es que me urja ventilar mis desatinos o supuestos éxitos, pero ya no tengo porqué guardarlos, ya no tienen el tamiz del qué dirán, ni los filtros del sonrojo, ni la ruborización por el juicio a posteriori. Hoy puedo contar mis anécdotas en tercera persona: “ese que compitió por ser el representante de la facultad ante el congreso para la transformación de la Universidad, no soy el yo de ahora, fue aquel joven idealista, aventado e imprudente de 19 años”, si lo quieren juzgar, ya no está aquí para recibir las críticas, ahora es un adulto juicioso, prudente y que entendió que para cambiar el mundo, tienes que empezar por cambiar los cuatro metros cuadrados que te rodean y quizás después los 16, 32, 64, pero el mundo dejó de ser la manzana que uno se quiere comer completa y en el preciso instante.

Hoy puedo platicar no sólo del joven que fui, sino del adulto que quise ser y que decidió caminar por una línea alterna del tiempo. Y dejar en la anécdota el abanico de posibilidades que tuvo en sus manos. Aceptando la sentencia de que lo que sucedió fue lo mejor que pudo haber sucedido y que tal como ocurrió fue de la manera perfecta y con las personas correctas.

Estar más allá del bien y del mal le llaman, ya no estar obligado a tomar una posición de técnico o rudo, villano o bondadoso en todas las historias, eso llega sólo con el tiempo y con el tiempo también uno entiende que el “hubiera” no existe.

Con un café como testigo, que se consume trago a trago como nuestras historias, nada hay más atractivo que conversar con alguien que tiene tantos paralelismos y tan pocas coincidencias, que a lo largo de los relatos, te das cuenta que estuvo ahí, pero seguramente tomó el elevador cuatro personas antes que tú, que seguramente se estacionó a dos cajones de distancia en el centro comercial, que iba siempre a la tienda o al local de renta de cintas de video, pero a otra hora, que muy probablemente la cinta que rebobinaste y entregaste, esa persona fue la siguiente en rentarla. Siempre tuve la sensación de que en un restaurante o café, seguro ha estado alguien conocido o alguien que conoceré, el tiempo es lo de menos, y seguramente se sienta en la mesa de al lado o en la misma que yo, pero no es aún nuestro momento. Es similar a las dendritas extendidas en espera de un impulso eléctrico de un axón que pasó milisegundos antes, o un nanosegundo después y ya no hicieron contacto, se quedan en posibilidad, en un contacto en potencia.



Por eso me gustan las redes sociales, me gusta la función que desarrollan en apoyo, complemento o anticipo a la socialización cara a cara porque posibilitan ese encuentro que podría seguir a un nanosegundo de distancia por toda la historia del cosmos.




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