jueves, 12 de noviembre de 2020

Nueva normalidad, nueva realidad

La normalidad es algo que se construye día con día, es variable y cambiante, temerle a una nueva normalidad es como tener miedo al siguiente amanecer.

El año 2020 ha significado una cruel sacudida a la humanidad, cuando se dice que la realidad supera a la fantasía, también se puede decir que supera a toda previsión y cálculo de riesgos.

Recuerdo que cuando era niño, entre los libros que había en casa de mis Papás y que consideraba que eran para adultos, había dos que hojeaba frecuentemente sin comprometerme a leerlos completos porque al fin de cuentas, la escuela primaria consideraba que a esa edad uno no debía leer más que unidades de página y media, ilustradas y de preferencia cantadas, en el mejor de los casos aquellos libros de texto gratuito contenían trabalenguas o adivinanzas, con las que no podía yo sorprender a mis hermanas mayores porque años atrás habían llevado esos  mismos textos. De ese par de libros, uno hablaba sobre el origen de las pirámides de Egipto y la única conclusión a la que llegaba era que no se sabía y quizás nunca se sabrá exactamente cómo se originaron ni cómo se construyeron. El segundo libro, trataba sobre los posibles riesgos que corría nuestro planeta, trato de recordar el nombre correcto y el autor, pero no lo consigo y si lo trato de buscar en Internet, aparece el concepto de calentamiento global y de lo que estoy seguro es que ese libro que hojeaba yo en la década de 1970 aun no manejaba como tal la globalización. Con toda la seriedad y autoridad que uno toma a esa edad los libros, era como entrar a la casa de los espantos o de los sustos, cada capítulo me hablaba de que en cualquier momento el planeta podría desaparecer y convertirse en polvo flotando junto a los asteroides, quizás por eso es que miro continuamente al firmamento y tengo fascinación por las estrellas fugaces, ahí está mi cuenta de Instagram sobre atardeceres como muestra. Pero también me dejaba la sensación de fragilidad y de vulnerabilidad, así como la conciencia de que en el momento menos esperado, el planeta Tierra se puede desintegrar como terrón de azúcar.

El planeta puede desaparecer por una guerra, si las potencias mundiales oprimieran el mítico botón rojo, en su afán de destruirse, nos llevarían de rehenes a todos los demás seres vivos, ya ocurrió en Hiroshima y Nagasaki en la segunda guerra mundial y hasta la publicación de ese libro, aún no se podía sembrar vegetación alguna en esos terrenos radiactivos. Seguía muriendo la gente por cáncer y enfermedades asociadas a la bomba nuclear.


Imagen tomada de: L'asteroideToutatis,ilvideodelsuopassaggio-Wired.it


La caída de un meteorito también podía terminar con la vida sobre la tierra, pues el choque de una piedra espacial del tamaño de medio campo de fútbol provocaría una onda sísmica expansiva sumamente destructiva, provocaría incendios de tal magnitud, que el humo oscurecería toda la atmósfera y los seres humanos morirían de diversas causas inmediatamente, pero los sobrevivientes de poco les serviría pues en un ambiente sin luz ni fotosíntesis ya no encontrarían qué comer… o respirar.

Retomando pensamiento Malthusiano, la población podría crecer más que la capacidad del planeta para alimentarla.

Así fuera un evento espacial, natural, social o de guerra, casi todos los riesgos podrían preverse a tiempo y hasta prevenirse o reducirse, inundaciones, incendios, sismos, invasiones de un país a otro, siempre quedaría una salida: ir a las montañas donde no se inunda, construir infraestructura resistente a sismos y tecnología para avisar (no es lo mismo que predecir). Durante muchos años de la niñez, estuve pendiente sobre cómo sobrevivir al impacto de un cometa o meteorito, al menos sabemos que pueden detectarse a tiempo. El caso es que sucediera lo que sucediera, los sobrevivientes, tendríamos la oportunidad de reconstruir, de reorganizar, de aprender de la lección, de abrazarnos y de continuar, con la esperanza y certeza de que todo volvería a ser normal.

¿Normal?

Aquel libro hablaba de volver a la normalidad, no de la normalidad como un riesgo.

Esto es lo que nos ha venido a enseñar el año 2020, el riesgo es la normalidad, los sobrevivientes no solamente tendrán que reconstruir, ir a lugares más seguros, volver a respetar las reservas naturales, evitar conflictos bélicos, poner atención en el control natal y la distribución de la riqueza, tendrán que planear y vivir en una nueva normalidad.

Entre los riesgos del planeta y la raza humana, no se contemplaba que el peligro fuera la “normalidad”, hoy el riesgo es un virus, una mutación de una célula que no podemos ver, que no podemos prenderle fuego o cerrar la ventana para que no ingrese a los hogares, una amenaza natural cuyo vehículo de transmisión es lo más abundante que tenemos: el aire y su contagio se da por el contacto humano, tenemos que evitar abrazarnos, la cercanía, hablarnos de frente, compartir el mismo alimento. Hoy el temor no es que caiga un cuerpo celeste e impacte la tierra (aunque no está descartado), hoy los gobiernos de los países poderosos no se están preguntando cómo invadir a otro (aunque tampoco lo descartan), sino cómo colaborar para investigar y probar una vacuna que neutralice los daños por el virus. Hoy el peligro no está en morirse de hambre (aunque tampoco lo hemos solucionado) sino en morirse por no respirar.

Pero así como saber que si detectamos a tiempo el meteorito y le mandamos un misil, al menos podremos desviarlo de su ruta y evitar que impacte a nuestro planeta, lo que hoy sabemos es que sobreviviremos con una nueva normalidad, en lo personal, mantendremos distancia entre desconocidos, cuidaremos la higiene de manos, evitaremos reuniones masivas, llevaremos una vida más saludable que no nos predisponga a padecimientos que se agravan con éste u otros virus. En lo colectivo, la nueva normalidad nos llevará a replantear valores y prioridades. En la nueva normalidad tendremos que contemplar si las relaciones humanas se mantienen en una superficialidad de saludos de mano, abrazos y besos o se reservan éstos para nuestros más cercanos; re-valoraremos si el futbolista merece percepciones mayores que el médico; si la producción de alimentos seguirá orientada a las sustancias artificiales y adictivas o tendremos un regreso a la nutrición sana; si seguiremos apostando a la tecnología desechable y basureros tecnológicos; si tendremos que seguir en un consumismo rapaz a costa de salud y sin desarrollo sustentable. Y si continuaremos valorando la placentera inmediatez y el hedonismo sin consecuencias.

No falta mucho, mañana o pasado mañana nos despertaremos no solamente en una nueva normalidad, sino en una nueva realidad.

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