miércoles, 18 de marzo de 2020

La humanidad es el coronavirus del planeta



El planeta tierra se defiende, llegó al punto de saberse infectada, contaminada y gravemente intoxicada por otro ser vivo a quien hospedó durante mucho tiempo, con quien propició una relación simbiótica transformada después en comensalismo y parasitaria posteriormente. Ese es un ser minúsculo que para el planeta podría parecer unicelular, cuyo tamaño y limitaciones físicas seguramente no lo convertirían en amenaza. Para las dimensiones del planeta Tierra 6.600 trillones de toneladas de peso y sus 6,371 millones de kilómetros de extensión, el diminuto ser que en promedio mide de 1.5 a 2.0 metros y pesa alrededor de 80 kg. Sin posibilidades de volar, de desplazarse por sí mismo ni una vuelta alrededor del planeta, cuyo periodo de gestación es de hasta nueve meses y salvo algunos casos, tiene una o dos crías, parecería inofensivo, pero fue dotado de inteligencia y empezó a pasarse de listo: se las ingenió para volar, para aprovecharse de todos los recursos del planeta, con los renovables no había problema, pero abusó también de los no renovables, perforó, inundó, cambió selvas por plantíos, bosques por madereras, agotó el agua dulce, usó de vertedero universal a los océanos, obscureció el aire, derritió los glaciares, extrajo y quemó tanto combustible fósil como pudo y en aras de su comodidad, modificó la orografía e hidrografía de todo territorio a su paso.

Si en lugar del planeta, el ser humano hubiera sido quien sufriera dichos ataques, con toda seguridad se hubiera sacudido a ese minúsculo bicho, se habría higienizado para limitar su crecimiento, hubiera tomado medidas para prevenir su reaparición. Para entenderlo pensemos en un ser vivo de dimensiones increíblemente diminutas, cuyo peso es menor a 0.000000000000001 gramos y tamaño de 0.00002 mm, indistinguible entre sus similares salvo por su soberbia supuesta realeza, una corona, en realidad porque en la simpleza de su diseño, tiene extensiones del núcleo que son parecidas a la corona solar, esa sutil diferencia lo ha vuelto tan dañino y destructivo como el humano al planeta, guardando la debida distancia. Si bien se sabe, todos los virus se adhieren a una célula y la ponen a su servicio, éste en particular, tiene una ventaja para asirse y ser más difícil de eliminar, especialmente en las células de las vías respiratorias y de los pulmones del ser humano.




Ahora estamos haciendo de todo para librarnos de este bicho, una sacudida no es suficiente porque se aferra, el planeta no ha logado que el humano entienda la lección con movimientos sísmicos; beber mucha agua tampoco ha logrado eliminar al virus, así como las inundaciones y tsunamis dejaron sobrevivientes humanos. Una reacción del organismo humano es elevar su propia temperatura como respuesta a una infección, pero los años de calentamiento global solo han hecho que utilicemos más recursos para generar energía que nos refresque y refrigere nuestros alimentos. En fin, se podría decir que lo que sigue es una medida radical, la eliminación total del patógeno, pero años de estudio de los procesos naturales nos han enseñado también que cada ser vivo tiene alguna función y su total eliminación, podría provocar un desequilibrio mayor, de ahí que la mosca, la lombriz de tierra, el lirio acuático, los roedores, no han sido eliminados en su totalidad por la función que realizan para la agricultura, la polinización o el proceso de descomposición de la materia orgánica para completar ciclos de vida. Si entendemos esto, podemos entender todo: el planeta tierra o la naturaleza (recordar que también se le llama la madre naturaleza), no está tratando de eliminar al ser humano de su faz, sino modificar su comportamiento, como cuando en la playa ponemos un repelente para mosquitos o una malla para que las moscas no contaminen la comida, ni las abejas o avispas aniden en nuestro balcón, no se trata de que ya no existan sino que sus funciones y necesidades las realicen fuera de nuestro alcance, donde no afecten negativamente al organismo del ser humano. La pandemia del coronavirus, hoy denominada COVID-19 es un llamado de atención a parar, hacer un alto en éste frenético ritmo de destrucción del planeta, replantear que así como la economía global se ha servido de la explotación de los procesos y recursos, también puede detenerse por causas naturales. A pocos meses del brote del COVID-19 y en semanas de reducción de actividades “económicas” de la humanidad, se ha reducido la contaminación ambiental, se han aclarado ríos y mares, hay reencuentro o reaparición de ciertos animales en ambientes urbanos que habían sido confinados.


Esta reflexión no tiene tintes malthusianos ni busca faltar al respeto a los cientos o miles de personas que se han infectado por el COVID-19, sino rescatar la lección que se nos está dando: proponer un nuevo orden mundial orientado más que a la sobrevivencia a la convivencia de la humanidad en armonía con los demás seres vivos y el hábitat compartido.

 


 



 

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tu reflexión, totalmente deacuerdo y ole he llamado desde que incio el Maestro Coronavirus pues ha venido a enseñarnos nuestra sensibilización como humanos así que gracias por compartir.

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