Ejercicio de la democracia lo llaman, el debate como
exposición y confrontación de ideas para un electorado maduro, hoy debería
dejar de ser un espectáculo de televisión para convertirse en una auténtica
confrontación de modelos y paradigmas para gobernar nuestro País, esto lo
escribo previo al debate del domingo 6 de mayo en la Ciudad de México.
De tan reducidas expectativas es este debate que la mayor
discusión y espacio en los medios tanto los masivos como las emergentes redes
sociales versa sobre si se debe transmitir en cadena nacional en horario
estelar y en los canales de televisión de mayor audiencia, no sobre los
contenidos, sobre el formato, sobre la participación, las propuestas ni sobre
contrastar el gobierno que se espera. Por un lado una de las televisoras
programa su partido de liguilla del futbol inusualmente en ese horario,
generando en la otra televisora que lo baje a un canal de menor audiencia,
claro desprecio para la madurez democrática, pero el extremo de una cadena
nacional (es decir, todos los medios enlazados y sincronizados para transmitir
exactamente lo mismo en el mismo tiempo), tampoco es una muestra de madurez,
pues ¿cómo podemos llamar un electorado maduro aquel que no se le puede dar la
opción de elegir ver o no el debate?
¿En verdad un debate entre candidatos presidenciables será
definitorio para cambiar las preferencias de la población?, tenemos una
tradición de voto duro que no cambiaría su orientación ni con cien debates en
los que se demostrara la efectividad o no de las propuestas de su candidato.
Existe en contraparte el electorado intelectual, profundo y estudioso al que la
superficialidad de un debate no lo haría cambiar. En el punto medio aquellos
que su único criterio para elegir su presidente sea el papel que desempeñe en
este debate, tendrá un par de meses para decidirse atendiendo a algún otro
detalle que haga brillar o que opaque al candidato de su elección.
Nuestra formación básica no nos enseña a debatir, a
confrontar respetuosamente ideas, nuestra tradición a partir de la revolución
de 1910, nos ha dejado claro que no hay argumentos más contundentes que un “cañonazo
de 50 mil pesos” y que las diferencias mayores se dirimen con plomo, a lo que
más llegamos es a concursos de oratoria, donde se valora la seducción al público
antes que las ideas.
El debate entre los candidatos a la presidencia de la
república, por si fuera poco, se enmarca en la televisión, llamada caja idiota
o referida por uno de los dos dueños de la televisión en México como el medio “para
divertir a los jodidos”, un medio donde los tiempos estan perfectamente
cronometrados, acartonados, y en donde una gran producción nos ha llevado a la
ilusión de paisajes, planetas, eventos que no existen, a terrenos prehistóricos
a hundimientos de barcos, a personajes gigantes así como mundos microscópicos,
por eso tanto se menciona la “magia de la televisión”, capaz de fabricar
certezas a partir de ilusiones.
En ese marco se presenta un debate acotado por reglas de
orden de aparición, de temas exclusivos a manejar, de límite en cuanto a
réplicas, de recursos a utilizar y de presión para la objetividad a toda prueba
de un moderador, bajo reflectores, sin público, más solo que un boxeador, pero
más vestido y sin espíritu deportivo. En mi caso, cada vez que me han puesto
una cámara de televisión al frente me siento ante un ojo de dimensiones
desproporcionadas y bajo una ilusión de ser visto por tantas personas, bajo
tantas diferentes circunstancias y perspectivas, que generalmente el aire se me
va en las primeras palabras, ese lente es como un túnel a la inmortalidad:
trascenderá uno por lo bien que se desempeñó en esos segundos o será la burla
para siempre por el ridículo hecho y prácticamente no hay punto medio entre
esos dos extremos, excepto aquel llamado “sin pena ni gloria”.
Tantos reflectores encima y tantos análisis posteriores,
inmediatos y hasta simultáneos, casi con alfombra roja, lo único que me hacen
pensar es que el debate pasa a ser algo secundario, pues estaremos pasando a
los candidatos por el tamiz de la estética, de la llamada presencia, de la
llamada personalidad, simpatía, desempeño actoral, postura, vestimenta, maquillaje,
voz, gesticulación, ademanes, aspavientos y errores. Todo esto en un medio como
la televisión hecho para lucir y vender la imagen e ilusión, dejará muy poco
para el contraste de ideas.
Y si parezco desilusionado previamente por este ejercicio,
es porque las experiencias anteriores, me han desilusionado también: en primer
lugar ni siquiera se daban los debates frente a frente, durante 70 años no
fueron necesarios, y los siguientes 12 no fueron definitorios, es decir, son
subutilizados. Recuerdo aquel debate donde a Ernesto Zedillo se le cuestionó
intensamente por el pasado del PRI y durante su participación se limitó a leer
las propuestas para su gobierno, evadiendo la réplica y rebajando el debate a simple
soliloquio. El caso más afamado fue Diego Fernández de Ceballos que con la
espada desenvainada y espectacularmente aguerrido, quiso poner a sus
contrincantes entre la espada y la pared para que en las giras subsiguientes lo
anunciaran como el ganador del debate, pero no apostó a más estrategias y esa
supuesta victoria en el debate no sirvió para llevarlo a la presidencia. Un
Cuauhtémoc Cárdenas sorprendido por argumentos en su contra y conminando al
PAN que no lo atacara, que el enemigo
común era el PRI. En otros ejercicios es memorable la participación de
Francisco Labastida argumentando a manera de acusación por mala conducta a
Vicente Fox por haberlo llamado con adjetivos diminutivos y peyorativos, que
por cierto le abonaban en simpatía a Fox, simpatía que de poco sirvió para
consolidar sus propuestas.
La desilusión no es por el debate en sí, es por lo cara que
nos cuesta la democracia para acciones inocuas, tanto gasto en un evento más
televisivo que productivo, tan maniatado y limitado.
Más productivo sería una serie de debates, con un formato
libre, temáticos, regionales, para diferentes sectores, ampliamente difundidos,
por ejemplo en una ciudad del norte, del País, exigirles a los candidatos
hablar de seguridad y migración. En un puerto ponerlos a hablar de transportes
de mercancías y personas, de actividades productivas, aduanas y aranceles. En una
ciudad del centro propuestas económicas, poblaciones, culturales educativas; en
el Sur, desarrollo sustentable, campo, prevención de desastres, sólo por dar
unos ejemplos. Se justifica la obligación de los candidatos desde el momento
que sus partidos reciben prerrogativas del erario, un árbitro electoral no
debería gastar en vigilancia, sino en proponer agenda y asegurar como producto
de calidad una democracia real y participativa.
Y a la pregunta de ¿si veré el debate de mañana?, Si, con
todos sus defectos y proceso de evolución esta es la cultura democrática que
tenemos y no se puede desdeñar. A pesar de ser de utilería, no es del todo
inútil.
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