La normalidad es algo que se
construye día con día, es variable y cambiante, temerle a una nueva normalidad
es como tener miedo al siguiente amanecer.
El año 2020 ha significado una
cruel sacudida a la humanidad, cuando se dice que la realidad supera a la fantasía,
también se puede decir que supera a toda previsión y cálculo de riesgos.
Recuerdo que cuando era niño,
entre los libros que había en casa de mis Papás y que consideraba que eran para
adultos, había dos que hojeaba frecuentemente sin comprometerme a leerlos
completos porque al fin de cuentas, la escuela primaria consideraba que a esa
edad uno no debía leer más que unidades de página y media, ilustradas y de
preferencia cantadas, en el mejor de los casos aquellos libros de texto
gratuito contenían trabalenguas o adivinanzas, con las que no podía yo
sorprender a mis hermanas mayores porque años atrás habían llevado esos mismos textos. De ese par de libros, uno
hablaba sobre el origen de las pirámides de Egipto y la única conclusión a la
que llegaba era que no se sabía y quizás nunca se sabrá exactamente cómo se
originaron ni cómo se construyeron. El segundo libro, trataba sobre los
posibles riesgos que corría nuestro planeta, trato de recordar el nombre
correcto y el autor, pero no lo consigo y si lo trato de buscar en Internet,
aparece el concepto de calentamiento global y de lo que estoy seguro es que ese
libro que hojeaba yo en la década de 1970 aun no manejaba como tal la
globalización. Con toda la seriedad y autoridad que uno toma a esa edad los
libros, era como entrar a la casa de los espantos o de los sustos, cada capítulo
me hablaba de que en cualquier momento el planeta podría desaparecer y
convertirse en polvo flotando junto a los asteroides, quizás por eso es que
miro continuamente al firmamento y tengo fascinación por las estrellas fugaces,
ahí está mi cuenta de Instagram sobre atardeceres como muestra. Pero también me
dejaba la sensación de fragilidad y de vulnerabilidad, así como la conciencia
de que en el momento menos esperado, el planeta Tierra se puede desintegrar
como terrón de azúcar.
El planeta puede desaparecer por
una guerra, si las potencias mundiales oprimieran el mítico botón rojo, en su
afán de destruirse, nos llevarían de rehenes a todos los demás seres vivos, ya ocurrió
en Hiroshima y Nagasaki en la segunda guerra mundial y hasta la publicación de
ese libro, aún no se podía sembrar vegetación alguna en esos terrenos
radiactivos. Seguía muriendo la gente por cáncer y enfermedades asociadas a la
bomba nuclear.

Imagen tomada de: L'asteroideToutatis,ilvideodelsuopassaggio-Wired.it
La caída de un meteorito también
podía terminar con la vida sobre la tierra, pues el choque de una piedra
espacial del tamaño de medio campo de fútbol provocaría una onda sísmica
expansiva sumamente destructiva, provocaría incendios de tal magnitud, que el
humo oscurecería toda la atmósfera y los seres humanos morirían de diversas
causas inmediatamente, pero los sobrevivientes de poco les serviría pues en un
ambiente sin luz ni fotosíntesis ya no encontrarían qué comer… o respirar.
Retomando pensamiento
Malthusiano, la población podría crecer más que la capacidad del planeta para
alimentarla.
Así fuera un evento espacial,
natural, social o de guerra, casi todos los riesgos podrían preverse a tiempo y
hasta prevenirse o reducirse, inundaciones, incendios, sismos, invasiones de un
país a otro, siempre quedaría una salida: ir a las montañas donde no se inunda,
construir infraestructura resistente a sismos y tecnología para avisar (no es
lo mismo que predecir). Durante muchos años de la niñez, estuve pendiente sobre
cómo sobrevivir al impacto de un cometa o meteorito, al menos sabemos que
pueden detectarse a tiempo. El caso es que sucediera lo que sucediera, los
sobrevivientes, tendríamos la oportunidad de reconstruir, de reorganizar, de
aprender de la lección, de abrazarnos y de continuar, con la esperanza y
certeza de que todo volvería a ser normal.
¿Normal?
Aquel libro hablaba de volver a
la normalidad, no de la normalidad como un riesgo.
Esto es lo que nos ha venido a
enseñar el año 2020, el riesgo es la normalidad, los sobrevivientes no
solamente tendrán que reconstruir, ir a lugares más seguros, volver a respetar
las reservas naturales, evitar conflictos bélicos, poner atención en el control
natal y la distribución de la riqueza, tendrán que planear y vivir en una nueva
normalidad.
Entre los riesgos del planeta y
la raza humana, no se contemplaba que el peligro fuera la “normalidad”, hoy el
riesgo es un virus, una mutación de una célula que no podemos ver, que no
podemos prenderle fuego o cerrar la ventana para que no ingrese a los hogares,
una amenaza natural cuyo vehículo de transmisión es lo más abundante que
tenemos: el aire y su contagio se da por el contacto humano, tenemos que evitar
abrazarnos, la cercanía, hablarnos de frente, compartir el mismo alimento. Hoy
el temor no es que caiga un cuerpo celeste e impacte la tierra (aunque no está
descartado), hoy los gobiernos de los países poderosos no se están preguntando
cómo invadir a otro (aunque tampoco lo descartan), sino cómo colaborar para
investigar y probar una vacuna que neutralice los daños por el virus. Hoy el
peligro no está en morirse de hambre (aunque tampoco lo hemos solucionado) sino
en morirse por no respirar.
Pero así como saber que si
detectamos a tiempo el meteorito y le mandamos un misil, al menos podremos
desviarlo de su ruta y evitar que impacte a nuestro planeta, lo que hoy sabemos
es que sobreviviremos con una nueva normalidad, en lo personal, mantendremos
distancia entre desconocidos, cuidaremos la higiene de manos, evitaremos
reuniones masivas, llevaremos una vida más saludable que no nos predisponga a
padecimientos que se agravan con éste u otros virus. En lo colectivo, la nueva
normalidad nos llevará a replantear valores y prioridades. En la nueva
normalidad tendremos que contemplar si las relaciones humanas se mantienen en
una superficialidad de saludos de mano, abrazos y besos o se reservan éstos
para nuestros más cercanos; re-valoraremos si el futbolista merece percepciones
mayores que el médico; si la producción de alimentos seguirá orientada a las
sustancias artificiales y adictivas o tendremos un regreso a la nutrición sana;
si seguiremos apostando a la tecnología desechable y basureros tecnológicos; si
tendremos que seguir en un consumismo rapaz a costa de salud y sin desarrollo
sustentable. Y si continuaremos valorando la placentera inmediatez y el
hedonismo sin consecuencias.
No falta mucho, mañana o pasado
mañana nos despertaremos no solamente en una nueva normalidad, sino en una nueva realidad.