En la infancia, cuando todo es una aventura, los días son
más largos, nada está planeado y no nos sorprende que la vida te muestre a cada
rato experiencias inesperadas, mi Papá nos invitaba a ver un amanecer, él
siempre ha tenido una costumbre, casi manía de levantarse antes de las 5:00 de
la mañana, eso no lo heredé. Pero aquellos sábados y domingos, sin horario de
escuela ni trabajo, llevarnos a un amanecer, era esa caminata a oscuras por
la Ciudad Universitaria de la UNAM, que nos quedaba a pocas calles de la casa, especialmente
por sus agrestes reservas ecológicas, donde una varita de árbol nos daba el
poder de alejar a las telarañas y todos los insectos extraños que rondaban. Un amanecer
significaba alejarnos lo más posible de lo urbano para esperar la salida del
sol desde un punto cercano al jardín botánico, habiendo pasado por debajo la
avenida insurgentes y de lado el estadio de los Pumas. La experiencia tenía que
ver con mirar la salida del sol que generalmente era desde un punto entre los
volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, algunas veces alrededor de las 6:50 de la
mañana y otras cerca de las 7:10, yo llevaba reloj y me gustaba registrar
números (hablando de manías). El recorrido incluía reconocer entre las plantas salvajes aquellas que
eran comestibles, aquellas que tenían un nombre que a los hermanitos nos
parecía chistoso: campanolas, tomatoides, biznaga, sábila, cola de zorro,
etcétera. El recorrido incluía el reto del adulto contra los pasitos de los
niños, su pronto cansancio y distracciones. Un amanecer aveces nos parecía tan simple, que no le dábamos importancia que algunos primos de la edad se auto invitaban, incluso años después, los sobrinos mayores lamentan que ya no les haya tocado ir con su Abuelito. Muchas veces juntábamos varillas
para hacer papalotes y regresábamos por la tarde para tratar de
elevarlos. Mi Papá disfrutaba la caminata, decía que le recordaba su origen
rural, aunque mis tías cuentan que dejaron el campo cuando mi Papá tenía
escasos tres años de edad. El amanecer terminaba y parecía que nuestro día
había sido extendido, regresábamos a desayunar en familia y nos esperaba todo
un sábado o domingo que había iniciado con un addendum. En los años recientes
he tratado de llevar a mi Papá a revivir un amanecer, pero en primer lugar
levantarse alrededor de las 5:00 no está en mi repertorio de hábitos, en
segundo lugar la Ciudad Universitaria tiene nuevas construcciones sobre muchas
áreas que eran reserva y las que quedan como tales, tienen ahora una valla
perimetral, en tercer lugar empujar su silla de ruedas hace más complejo el
recorrido, en cuarto lugar, con las secuelas de su padecimiento es arriesgado
exponerlo a los cambios de temperatura, en sexto lugar la pérdida de visión no le
permitiría apreciar el punto de salida del sol; en séptimo lugar, lo malhumora
sentirse dependiente, no vale la pena seguir enumerando los peros. Este texto no apunta a otro lado que no sea apreciar el
aquí y ahora, darle un lugar especial a las experiencias vividas por cotidianas
o repetitivas que parecieran, porque muchas veces lo que nos queda es sólo eso:
el recuerdo, no porque se trate de experiencias sencillas son susceptibles de
repetirse a voluntad. Nunca sabemos cuándo nuestras circunstancias cambiarán,
ni si las condiciones volverán a ser propicias. No necesitamos una experiencia
cumbre, para valorar los momentos vividos, porque un día serán nuestros más preciados
recuerdos y nos resta sólo enmarcarlos para volver a ellos al menos en
pensamiento.
Excelente Jesús, son recuerdos que tenemos y que no los hemos comentado en reuniones, me acuerdo de las mañanas frías, en que el entusiasmo de salir a pasear con mi Papá y ver un amanecer, era mas poderoso que el mismo frío calante y picoso de la madrugada(a pesar de que a veces me iba sin calcetines jajaj) eran fines de semana increíbles donde no había restricción a la diversión y a la comida, ¿Te a cuerdas de las sopesizas que se hacían? era una época dorada.
ResponderBorrarGracias por compartir un fragmento de lo inmenso que fue nuestra infancia
No recuerdo haber visto un amanecer en CU, pero si muchos atardeceres y conciertos y funciones de cine, CU es mágica y tus recuerdos también!! Un abrazo a la distancia en el tiempo...
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