Eran los años ochentas, nos
encantaba hacer chistes sobre la contaminación ambiental, pero nada hacíamos al
respecto, nos entretenía hablar de desastres naturales, pero vivíamos al
límite, apenas se empezaba a hablar de una enfermedad llamada SIDA, pero antes
que prevenir, se hizo una canción, y así le cantábamos al SIDA igual que años después al chupacabras, era nuestra zona de confort, nuestra cómoda
situación, a poco tiempo de que México
sería sede del mundial de fútbol y las devaluaciones del peso parecían
anécdotas de conceptos macroeconómicos que poco nos impactaban en el bolsillo,
en la vida diaria, (estábamos a ocho años de que se le quitaran tres ceros al
peso, así que hablar de comprarse un libro de doscientos cincuenta mil pesos,
no sonaba oneroso), la conciencia colectiva pues, andaba por pasar de la
inocencia de la infancia al choque con la realidad del adolescente.
Precisamente fui de esa generación que la adolescencia nos tocó vivirla en los
años ochentas, así una mañana de un día, de un mes casi cualquiera, nos despertamos
con una agitación de la tierra, el temblor de las 7:19 de la mañana del 19 de
septiembre de 1985. De mi experiencia personal, no hay mucho qué decir, iba yo
en el segundo año del bachillerato en el CCH Sur de la UNAM y faltaba una o dos
semanas para que iniciaran las clases, así que ese día sin necesidad de
levantarme temprano, sentí el temblor en mi cama individual y luego de escuchar
alboroto y susto de mi madre y hermanas, abrí grandes los ojos, esperé a que
pasara y como se fue la luz, me acomodé de nuevo y seguí durmiendo. La fortuna
de vivir en el sur de la Ciudad de México a unos metros de la Ciudad
Universitaria de la UNAM, nos dio esa firmeza de un suelo formado por sólida
roca volcánica. Como adolescente de vacaciones que eran mis circunstancias, me
desperté cerca del mediodía y quizás esa fue la última siesta tranquila de mi
vida. Mi despertar se había unido a un despertar de toda la gente, la sociedad,
la conciencia colectiva.
Al regresar la energía eléctrica
y poder encender la radio o la televisión, empezaron a salir datos, que
confirmaban los rumores de la gente en la calle:
Tembló muy fuerte: (terremoto de
8.1 grados Richter)
Se cayeron muchos edificios (
757)
Hay muchos edificios dañados (
1,381)
Se afectaron escuelas (1,294)
Se rescataron personas vivas entre
los escombros (4,000)
Hubo miles de muertos
(Indefinido, aunque oficialmente se manejaron de seis mil a siete mil)
Se esperaba una organizada y
protectora acción de gobierno (nula)
Más de un día después apareció en
medios el presidente Miguel de la Madrid Hurtado a dirigir unas palabras (“la desgracia nos ha
rebasado”), años atrás cuando hacía campaña para la presidencia y todas la
paredes de la ciudad se tapizaron con las siglas MMH, sus opositores decían que
eso significaba Muerte, Miseria y Hambre.
Ante el vacío de autoridad, la
gente no tuvo más opción, ni más herramienta que sus manos, y quienes ya
estaban cerca del centro de la ciudad, no esperaron a llegar a sus trabajos,
escuelas, casas, al ver los edificios caídos y sabiendo que no había
rescatistas que buscaran a las personas debajo de los escombros, se unieron
para levantar los fragmentos que era posible levantar, para ayudar a salir a
quien estuviera en condiciones y recuperar los cadáveres de quienes ya no.
Aparecieron toda clase de
historias, leyendas, fantasías y realidades, una realidad: costureras que
trabajaban en condiciones inhumanas, quedaron atrapadas, entre otras razones porque el capataz de la fábrica
cerraba por fuera para que no se salieran de sus trabajos, leyendas como que en
un CONALEP del centro de la ciudad, hubo al menos dos grupos de alumnos que un
maestro condujo fuera de sus aulas, apenas iniciado el sismo, los puso a salvo
antes de que cayera el edificio, pero nadie recordaba de qué maestro se trataba,
ni conocido les había parecido, concluyeron que fue un Ángel que los ayudó. Se afirmó con tendencias conspiracionistas que hubo avistamientos de objetos no identificados sobrevolando el cielo.
El sismo derribó al menos dos
hospitales el Juárez, el Hospital General y parte del Centro Médico Nacional
Siglo XXI, de ahí quizás lo más emotivo y esperanzador para los rescatistas fue recuperar con vida de los niños milagro, aquellos bebés que días después de
estar bajo los escombros, lograron sobrevivir, y año con año, en cada
aniversario aparecían en televisión con sus respectivas familias adoptivas, hoy tienen 30 años de edad y National Geographic acaba de hacer un
documental sobre el sismo y el seguimiento a esos niños milagro.
Cada vez que rescataban personas
con vida, se celebraba al menos con aplauso en medio de aquella tragedia,
estaban también aquellos que declaraban haberse rehidratado con sus propios
orines. Y ya en el terreno de las leyendas urbanas, se nos dijo a muchos
adolescentes que no anduviéramos en la calle, que el ejército estaba llevándolos
a hacer trabajos forzados removiendo escombros. Que el ejército resguardó
algunas áreas de departamentos para que no siguieran buscando sobrevivientes y
declarar muertos a todos los demás, que las ayudas internacionales, por corrupción no llegaban a los damnificados, que no se hicieran
donaciones en centros de acopio oficiales, había mucha desconfianza hacia el
gobierno. Surgieron los “Topos”, rescatistas que entre la improvisación,
semi-organización y corriendo todo tipo de riesgos, se aventaron a escarbar y
rescatar víctimas y sobrevivientes, hoy son reconocidos internacionalmente y
han participado en rescates por sismos y derrumbes por todo el país y en
catástrofes de otros países.
Ese sismo y su réplica de 7.3
grados a las 19:37 del día siguiente, sacudió conciencias, le hizo darse cuenta
a la población que es posible organizarse y no esperar todo de “papá gobierno”
término ampliamente utilizado anteriormente, a partir de un sentimiento casi
desconocido que permanecía adormecido llamado solidaridad, el ejemplo más sonado por tratarse de una
celebridad fue el tenor Plácido Domingo, quien con un casco de obrero y camisa
empolvada, pedía que no le quitaran tiempo entrevistándolo, que lo dejaran
trabajar removiendo escombros, pues parte de su familia debía estar debajo y no
sólo por su familia, aquello que hacía por los suyos, lo hacía por los demás,
el reportero alcanzó a preguntarle si no corría peligro su voz, qué tal que ya
no pudiera volver a cantar y Plácido Domingo, respondió que no le importaría.
Solidaridad se define como
“Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, así que ahí donde
se veía la tragedia, la catástrofe, la desgracia ajena, dejaba de ser eso,
ajena, se volvía propia.
Imagen tomada de http //static.adnpolitico.com/media/2012/03/20/terremoto-1985-6.jpg
Los días pasaron, los casos de
rescates con vida fueron aminorando, las noticias alcanzaron a mostrar una
retroexcavadora que allá por el cerro del Chiquihuite al norte de la Ciudad
hacía una fosa monumental para depositar los cadáveres de miles que ya no era
posible identificar.
Hubo qué reconstruir el centro de
la Ciudad, demoler los edificios que representaban peligro, se construyó la
Plaza de la Solidaridad ahí donde estuviera el Hotel Regis junto a la Alameda
central. Y surgieron organizaciones sociales, gobiernos de los estados recibieron
a los “sin hogar”, principalmente Aguascalientes, Guadalajara, Querétaro (que
sigue recibiendo migrantes de la Ciudad de México, Hidalgo, Estado de México,
Morelos, Tlaxcala, Puebla, área que pasó de ser la Ciudad de México y área conurbada para llamarse (excepto Aguascalientes y Guadalajara) la Megalópolis.
El término solidaridad,
oportunistamente el gobierno federal lo manipuló y le llamó así a cuanto
programa, obra y municipio pudo, pero el aprendizaje ya se había dado, el
sismo, opacado un poco después por la fiesta del Campeonato Mundial de Fútbol,
nos había dejado lecciones que ya no se olvidarían, tenemos la capacidad de
organizarnos, no tenemos porqué depender completamente de la autoridad, que es
posible participar y cuestionar las decisiones, que vivir en la zona de
confort y en la superficialidad llega a costar la vida. Que debemos estar
preparados porque los accidentes suceden y suelen ser impredecibles. Quizás
en lo que más tuvimos que avanzar fue en sabernos vulnerables, pero no desamparados,
la cultura de la protección civil nos ha permitido sobrevivir a otros eventos catastróficos, donde puede haber grandes pérdidas materiales, pero se reducen
los riesgos en las personas.
19 de septiembre de 2015, han
pasado 30 años, la naturaleza puede ser implacable, pero en nuestra naturaleza
también está la supervivencia, la protección y la previsión. Ya nada es igual.
Excelente crónica en todos sentidos, pero también por revelar cómo una palabra se había materializado en la práctica sin que nadie en ese momento supiera que por solidaridad, por ayudar a todos porque todos sentían el mismo impulso de hacer algo ante su propia tragedia humana y física, había logrado que todos actuaran en favor de todos y pese a todo, como uno sólo. Lo que nunca se ha vuelto a repetir, hasta ahora. Luego el gobierno se encargaría de que Solidaridad fuera a dar a un tierra desértica de Valle de Chalco o a programas (como mencionas) pero cuyo objetivo sería desarticular lo que armoniza, lo que le podría funcionar a una sociedad.
ResponderBorrarUn cordial saludo.